“... partimos a la guerra tan tranquilos, sin lágrimas ni espanto, y eso que todos sabemos que nos envían al puro infierno (...) Ceñido por un rígido uniforme, el corazón no late con libertad (...) uno deja de ser uno mismo, apenas es un ser humano (...) ¡Ojalá pudiéramos volver a ser personas!”. Kresten Andresen, soldado alemán. Anotaciones en su diario, 28 de septiembre de 1914 (citado por P. Englund en La belleza y el dolor de la batalla).
En el somero repaso de algunas noticias de las que llenaban los diarios y los programas informativos de radio en el verano de 1939, si se comparan con las que llenan los diarios y los programas informativos de radio y televisión en el invierno de 2022, es decir, ahora mismo, se presentan tal cantidad de paralelismos y coincidencias en lo que se refiere al clima prebélico en Europa y los Estados Unidos de América, entonces y ahora, que aplicando la lógica más elemental y teniendo en cuenta la mínima experiencia, dan noticia de que está a punto de iniciarse una gran guerra, quizá lo que los supervivientes llamen dentro de unas décadas La Tercera Guerra Mundial.
La situación, las declaraciones, los movimientos, las provocaciones, los desmentidos y, sobre todo, la manipulación informativa con que se trata todo lo referido al juego de poder sobre y respecto a la soberanía de Ucrania, repiten con desesperante exactitud los errores de cálculo, la incapacidad diplomática en todos los frentes, las enormes negligencias políticas de muchos gobernantes y las ineptitudes personales, caprichos, egos y empeños que llevaron a la inmensa tragedia de la Segunda Guerra Mundial, que provocaron millones de muertos, unos niveles de destrucción desconocidos hasta entonces, que generaron sufrimientos sin medida, miseria, dolor y hundimiento casi total de los pilares de la convivencia y la fraternidad civilizada. Una guerra que fue consecuencia, a su vez, de la incapacidad de aprendizaje, de la ceguera al escarmiento y del desprecio a la mesura que ya había provocado uno de los episodios más vergonzosos y vergonzantes de la historia de la Humanidad: la Gran Guerra europea de 1914, la llamada ahora Primera Guerra Mundial.
Con el mismo lenguaje de las armas, hoy más sofisticadas y precisas, mas con idéntica mentalidad primitiva del poder del más fuerte, las tropas rusas, estadounidenses, ucranianas y de los países europeos agrupados en la OTAN, se alinean y se muerden cual legiones romanas frente a las hordas enemigas, esperando la oportunidad, la provocación o su simulación, la excusa, la coartada o tal vez el desprecio, el momento económico preciso o, como siempre, el grito estentóreo de ataque del caudillo, para sumir al mundo en la oscuridad de la sinrazón.
Los mismos argumentos que pretenden justificar la guerra en defensa de la paz y la cárcel para nombrar la libertad, las palabras tan manidas, las excusas repetidas y falsas que ya ni son utilizadas con convicción por sus propios emisores; los mismos intentos de alinear (y alienar) a las poblaciones propias con las decisiones de sus gobernantes, mediante la manipulación informativa, la tergiversación de las noticias, la parcialidad ocultadora o las acusaciones continuas, invenciones, suposiciones hechas noticia, intereses bélicos y otras perlas de la propaganda, son utilizados desde el inicio de la colocación de las piezas de esta partida de sucio ajedrez de tahúres declarados.
(Escritas las líneas precedentes antes de la madrugada del 24 de febrero de 2022, día de inicio de la Tercera Guerra Mundial, tal vez queden sin efecto los paralelismos que en ellas se intentan, enmudezcan las razones que se apuntan y se arruine la queja ante la inmensidad del fuego que se inicia, brutal, altísimo y voraz, humo humano que, ojalá no sea así, calcinará y asfixiará hasta los mismos huesos la esperanza).
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