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Isabel Villar: como una niña perdida
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Isabel Villar: como una niña perdida

Actualizado 07/02/2022 09:34
Maeva Peraza

La obra de Isabel Villar (Salamanca, 1934) se muestra en primera instancia como fuera de lugar, en una órbita generacional que siguió un camino diferente al de sus contemporáneos. La pintora, que tuvo la oportunidad de formarse en prestigiosos centros como la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, vivió la eclosión del movimiento abstracto y conoció a muchos de sus representantes; y aunque siempre se ha mostrado como una admiradora y conocedora de las vanguardias, su obra siguió un camino diferente. Villar rompió en primer lugar con la voz anónima de la pintora femenina y lejos de firmar las piezas con sus iniciales, colocaba su nombre completo. Si bien su trabajo no debe considerarse enteramente feminista, la mujer aparece como uno de los tópicos más recurrentes; lo femenino yace en la peculiar sensibilidad de toda su obra, en esa voluntad personal de ser y crear diferente.

Esa intención hace que su pintura sea inevitablemente una pintura de evasión, de entornos de fantasía, cargados de bucolismo y escenas surreales. El principal recurso que emplea la artista es la convivencia de universos diferentes en las piezas; animales salvajes acompañan armónicamente a los humanos, como si no existiera el temor entre ellos o la posibilidad de depredarse unos a otros. El propio título de la muestra <<Leones en el jardín>> llama la atención sobre esa organicidad. Del mismo modo los ángeles aparecen alejados de su aureola sacra en piezas como “La Barca”.

La figura femenina en la mayoría de los casos se encuentra desnuda, pero desprovista de erotismo. Las imágenes del cuerpo están esbozadas a manera de viñetas o ilustraciones, reforzando esa candidez propia de la autora. La representación se distingue por su hieratismo y las figuras en la mayoría de los casos aparecen rígidas y en posturas poco naturales, lo cual es consecuencia de la minuciosidad y el interés que presta Villar a los detalles, llegando a acercarse a la estética puntillista.

Se trata ante todo de una obra de personajes, de retratos de una familia feliz, escenas de amantes que se besan y mujeres tomando el sol. En un primer momento pareciera que su obra descansa en un hedonismo carente de conflictos. Pero los cuestionamientos de la artista yacen precisamente en lo connotativo; esas imágenes de entornos apacibles y amena convivencia de lo salvaje y lo “supuestamente civilizado” esconden una realidad precaria y caótica de la que la autora pretende alejarse para mostrarnos la posibilidad de una armónica existencia.

Por otra parte la muestra, que se exhibirá en el DA2 hasta el próximo mes de mayo, ha sido concebida como una antología de su trabajo, agrupando las piezas de acuerdo a los tópicos y periodos que ha trabajado, en lugar de seguir un orden cronológico. De este modo, según la artista, se pone “broche de oro” a una carrera de más de seis décadas, con la que probablemente sea la última muestra de este tipo que podamos apreciar.

Isabel Villar no hace concesiones, mientras el arte intenta crear sólidos asideros con la realidad, su obra acontece en el tiempo de la ficción, un espacio paralelo y subjetivo que se comunica sutilmente con lo objetivo. El colorido brillante de sus piezas, la languidez de sus personajes y las escenas fantásticas hacen que su creación se acerque a los predios de lo naif, pese a que la artista ha rechazado en numerosas ocasiones el término. La complacencia de estas imágenes contiene un guiño irónico a un contexto violento y convulso; el mundo que nos descubre a simple vista parece imposible, pero resulta tan placentero y atractivo que por un instante desearíamos entrar en él.

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