El guiso y la política

Hace mucho tiempo, cuando los años eran más livianos, quizá porque eran menos, mantenía esta reflexión: Nacemos con una dependencia total en cuanto a lo físico. Han de enseñarnos, en los primeros años de vida, como realizar las cosas más simples para que la vida transcurra con normalidad. Pero, según pasa el tiempo, la dependencia no es menor.

Ocurre que, a través de la educación, también nos enseñan a pensar y, aquí es donde viene el problema. Crecemos en el seno de una familia determinada, de ella aprendemos lo esencial para vivir. Pero, con el paso de los años, nuestro entendimiento madura y descubrimos otros planteamientos sobre la vida, que discrepan profundamente de los conceptos aprendidos.

Para gestionar los propios asuntos, también los de los demás, a través de la política, mucho de lo que aprendimos, no sirve. Los problemas a los que tenemos que enfrentarnos nadie los conoce. Lo importante es no alterar el significado de lo que nos enseñaron en la escuela de la familia. Esfuerzo, honestidad y respeto son pilares que sostienen nuestra dignidad. Son irrenunciables, por tanto, para vivir con los demás.

Ahora que están tan de moda las técnicas culinarias, me viene muy bien proponer un guiso. Aunque se trata de un juego de palabras, también la política tiene su papel. Cada uno de nosotros nos convertiremos en cocineros. En nuestras manos se encuentran los ingredientes necesarios pero elaborar un plato decente. Saber como combinar los alimentos será la base de nuestro arte, y conseguir la plena satisfacción de los comensales, el fin de nuestro trabajo en la cocina.

Hay quien adquiere demasiados elementos y gestiona un plato de alto nivel. Otros, se limitan a combinar adecuadamente los productos que adquieren con los pocos recursos que tienen. El arte de la cocina, también el de la política, no descansa tanto en los ingredientes que se integran en el guiso, como en la destreza del cocinero al combinarlos. Si hacemos bien nuestro trabajo, los comensales repetirán su visita a nuestro hipotético restaurante. La confianza en lo que hacemos, demostrada sobre la mesa, es la mejor publicidad que podemos hacer. Pero los problemas son imprevisibles y no siempre somos capaces de gestionarlos adecuadamente.

Hemos llegado al final de la campaña electoral y es momento de hacer silencio, para reflexionar sobre la naturaleza de nuestro voto. Como en cascada, vienen a la memoria los mensajes escuchados durante la campaña. Muchos de ellos formarán parte de los programas de gobierno, otros no. Sería imposible cumplirlos. No se puede ofrecer lo que no se tiene y, lo que está por llegar, nadie lo conoce. Mucho cuidado, hay que evitar que, nuestro guiso, se convierta en desaguisado.

En los últimos tiempos se han elaborado recetas extrañas en la cocina común. Se han añadido ingredientes que no casan y se ha perjudicado la salud de muchos ciudadanos.

Muchos oradores proclamaron verbalmente sus virtudes ante un atril. Fue fácil encontrarlos en alguna de las calles y plazas de nuestra ciudad. Pero los ciudadanos desconfían; han perdido la confianza en los discursos. Demandan honradez y la buena gestión para recuperar la salud de las instituciones.