"Solo los estúpidos mienten. Aparte de que por supuesto la mentira es inmoral, los que mienten creen que son más listos que los demás, que llevan por mentir la delantera a los demás. Y esta creencia en su superioridad es señal de su estupidez". KARL POPPER, Encuentro con K.P., VV.AA., 1983
Estamos abiertos. La expresión, que figura en carteles colgados en las puertas de diversos establecimientos del ramo de la hostelería, aunque no solo, a veces rotulada con enormes caracteres en vidrieras, escaparates y anuncios de todo tipo, parece informar que quien así lo anuncia tiene no solo sus puertas de par en par abiertas a la posible clientela, sino que esa forma verbal inclusiva de la primera persona del plural, "estamos", parece apuntar una complicidad amigable y en alguna medida expectante y cálida de lo que significa ese público ofrecimiento de bienvenida. Estamos abiertos.
El cataclismo que en todos los órdenes de la convivencia ha causado y causa la pandemia de coronavirus, está haciendo emerger en nosotros sangrantes realidades ocultas, entre las que la profundización en la perversión del lenguaje no es la mayor. Porque hoy nosotros, contradiciendo a las hamburgueserías, estamos cerrados mucho más que abiertos. Los conceptos de solidaridad, empatía y hasta conciencia de comunidad, cuyo ejercicio superficial se veía enmascarado por la exagerada, y vacía, mención de solo su nombre, se han visto enfrentados ahora con una realidad que deja al descubierto en la cotidianidad enormes niveles de cerrazón y apenas oculto egoísmo, renueva el cerrado y tradicional clasismo ('cerrado y sacristía', escribió el poeta al que cerramos la puerta de su patria), y potencia el ánimo de desprecio. Tenemos una inagotable capacidad de desprecio hacia un no menos inacabable rosario de cosas.
A las epidérmicas y artificiales muestras de fraternidad, camaradería o concordia que parecieron caracterizar los primeros meses de la catástrofe con citas, frases, videos, deseos de tarjeta postal, aplausos a hora fija, fotografías y dibujos desde lo tópico a lo infantiloide y ñoño, han sucedido ahora las cerrazones mentales y sociales, la crueldad explícita, el insulto indisimulado, la soberbia y el desdén. La convivencia, tras un túnel que nos mentimos enriquecedor, se ha convertido en gran medida en una suerte de sálvese quien pueda donde el abrazo, físicamente imposible, se ha revelado como anímicamente inútil.
Estamos abiertos es una expresión que no solo utiliza la hostelería para re-atrapar a su clientela habitual, sino que es pronunciada alegremente cuando la televisión muestra el horror de Palestina o la tragedia de la frontera marroquí, pero que se vuelve su contrario, estamos cerrados, cuando se trata de acoger menores refugiados, dar cobijo y atender a afectados por nuestro propio egoísmo o entender, comprender, asumir o integrar a desplazados, perseguidos o maltratados, y condenar no solo de boquilla la crueldad sino moverse, participar, hacer algo directo, positivo y real en honor a esa expresión con que tan alegremente nos adornamos: estamos abiertos.
Estamos cerrados a ir más allá de la concentración silenciosa cuando casi cada día una mujer es asesinada y somos incapaces de apoyar a quienes propone leyes, medidas y acciones concretas para evitar la sangría diaria de los asesinatos machistas. Estamos cerrados a la igualdad con los pobres, los jornaleros que en condiciones infrahumanas malviven a dos pasos de nuestra vida de mirar hacia otro lado; cerrados como nuestra casa al cobijo y el abrigo, al reparto justo y al esfuerzo solidario, y criticamos cualquier variación que aumente un céntimo nuestros impuestos para atender la vida misma de las personas. Estamos abiertos a la indiferencia, al machismo, al racismo y a la exclusión, y cerrados a la comprensión, el consuelo, la empatía, la justicia; abiertos a la algarabía y cerrados a la reflexión sobre un mundo con dolor del que somos parte, aunque sigamos creyéndonos de otro mundo.
Quien firma estas líneas es consciente de la liviandad de un argumento que aprovecha un cartel comercial para la reflexión sobre el contenido moral de la sociedad. También de que la oposición de razonamientos contrarios es un recurso fácil para el sermón (que no se pretende) que lamenta el descenso de contenidos éticos de una sociedad que, en su mayoría, conoce y se muestra indiferente de su propia amoralidad. Pero al tiempo, cree saber de la certeza de que los razonamientos (y los lamentos) actuales, los descensos en el contenido político y la trivialidad de los discursos sociales repiten alarmantemente las situaciones, propuestas y contenidos que generaron los grandes enfrentamientos bélicos del siglo XX, el asentamiento de las grandes injusticias, la barbarie, el genocidio y la indignidad. Por eso la expresión 'estamos abiertos' es hoy la expresión más de un deseo que el anuncio de una realidad.
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