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Los tres entierros de Dorado Montero
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Los tres entierros de Dorado Montero

Actualizado 08/05/2021
Ángel González Quesada

"...considera [Dorado Montero] que el origen del hombre procede de la célula, que es lo mismo que si dijéramos, es el producto de las fuerzas físico-químicas, desconociendo y negando el origen divino del hombre..." De la denuncia presentada al obispo por un grupo de sus alumnos. Salamanca, 23 de enero de 1897.

A medida que las sociedades adquieren conciencia de su propia historia, las certezas en que basan su identidad van siendo cuestionadas, y en no pocas ocasiones se producen reacciones diametralmente opuestas y enfrentadas a lo remachado por la llamada historia oficial. Los recientes acontecimientos relacionados con el derribo de estatuas, la supresión de memoriales o la revisión crítica del sentido de acontecimientos, fechas, homenajes o hechos históricos en todo el mundo, está haciendo replantear verdades hasta ayer intocables y nombres cuasi sacralizados en la leyenda épica de no pocas sociedades.

En sentido contrario, y descendiendo (este verbo referido al tamaño y no a la importancia) de las grandes revisiones de las historias nacionales, en las historias domésticas provincianas de manipulación, infravaloración y, ay, ninguneo de nombres, obras y acontecimientos, perviven en sociedades levíticas, pequeñas y de estrecha mentalidad y nulo valor, usos capaces en pleno siglo XXI de arrastrar anatemas, certificar olvidos conscientes y heredar odios institucionalizados a personajes incómodos, críticos o, sencillamente, inteligentes.

Sería larga la relación de nombres, obras y acontecimientos que en la ciudad de Salamanca han sido tergiversados, manipulados, ninguneados, apartados o silenciados por una institucionalidad conservadora en lo histórico, enemiga del cambio y de un inmovilismo escalofriante. Y es justo detenerse en el caso de Pedro Dorado Montero, un salmantino de Navacarros fallecido hace cien años, una de las inteligencias creativas más notables de cuantas ha dado esa tierra y uno de los personajes más maltratados, escondidos e infravalorados precisamente en el lugar que le vio nacer y donde desarrolló la mayor parte de su obra.

Penalista y autoridad jurídica reconocida internacionalmente, con publicaciones hoy todavía referencia de estudio en todo el mundo; autor de obras ensayísticas sobre temas fundamentales del Derecho y de la Filosofía del Derecho, y de otras no solo relacionadas, o también, con su profesión jurídica sino de lucha contra la lamentable situación social, económica y cultural de su tiempo (y, ay, de su provincia), además de autor de propuestas legislativas de protección a los desasistidos, articulista implicado en la cotidianidad de su lugar, defensor de los necesitados, los impedidos y dependientes, de las mujeres (especialmente de las sirvientas de procedencia rural usadas y abusadas impunemente por los señoritos de provincia), solidario activamente con inmigrantes y enfermos, Pedro Dorado Montero ha sido reconocido en muchos lugares, sobre todo del extranjero y excepcionalmente por algunas inteligencias españolas, como figura señera en los orígenes de la defensa y puesta en el tablero de la discusión política de asuntos que hoy, cien años después, siguen lastrando con su aceptada e indiferente injusticia el crecimiento de una sociedad hundida en el barato posibilismo de la nombradía y el desprecio.

La polémica mantenida con el padre Cámara, un obispo de Salamanca elevado casi a los altares por la oficialidad salmantina y absolutamente intolerante con cualquier desviación de la norma religiosa católica (inquisidores de no más anteayer), provocada por la denuncia de un grupo de estudiantes al uso "amoral" de la libertad de cátedra de Dorado Montero, devino en un apartamiento temporal de su cátedra universitaria de Derecho Penal, con la anuencia de la mayor parte de las autoridades académicas, contando con la innoble manipulación de casi toda la prensa provincial del momento abrigada por el silencio cómplice o el asentimiento explícito de las instituciones salmantinas y la bovina aceptación de la mayor parte de sus compañeros en el Estudio. Los réquiems oficiales y las campanas de su funeral, negado el derecho a ser enterrado en cementerio católico, constituyen una de las mayores celebraciones de la hipocresía (y hay muchas) que han recorrido las calles de Salamanca. Una denuncia que, apoyándose en argumentos de tipo religioso-moral, quería cuestionar, bajo el disfraz de una denuncia del alumnado, la figura entera de Dorado Montero, su pensamiento, sus obras y su compromiso de lucha, político, social, moral, contra el anquilosamiento del pensar y el clasismo paralizante. Libros de Sánchez-Granjel, Ignacio Berdugo o Juan Andrés Blanco, casi inencontrables hoy, pueden ampliar la información biográfica de un hombre hoy fuera de las páginas de honor de la historia de una Salamanca todavía en manos de los valores eternos y los árboles genealógicos.

La República Española, enormemente condicionada por los anatemas religiosos, fue enterrando su memoria. El golpe de estado fascista de 1936 y la larguísima dictadura franquista arrumbaron a Dorado Montero en el indigno rincón de los desprecios. La llamada monarquía democrática posterior ni tuvo ni ha tenido el valor ni el deseo de recuperar el nombre y el significado del pensador salmantino, limitándose a abrillantar anualmente una lápida. Reivindicar hoy la figura de Pedro Dorado Montero, también concejal socialista republicano en el ayuntamiento de Salamanca, es reivindicar la libertad de pensamiento y la libre opción de crítica; es reivindicar la inteligencia no adocenada y rechazar el tiralevitismo, el señoriteo y el desdén clasista que hace cien años, como ahora, se pavonea desde Libreros a la Puerta del Río, desde Fonseca a La Merced, en un interminable bucle de molicie costumbrista y altivez clasista que ha convertido en la dorada ciudad de fachadas a Dorado Montero en un busto escondido, un folio en voz alta y una foto a fecha fija y, sobre todo, en un enorme hueco en la repetida y agobiante lista de salmantinos, toreadores y no, con memoria y estatua.

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