Que una de las consecuencias del cataclismo que ha causado la Covid-19 es la caída en la irrelevancia de la mayoría de las teorías políticas con que fingíamos gobernarnos, no es menos cierto que la más relegada y menospreciada, el comunismo, ha venido a alzarse como uno de los escasos vehículos de la solidaridad humana que es hoy una de las pocas vías para la superación de la pandemia.
Releer hoy el Manifiesto comunista puede parecer arcaico, pretencioso o inoportuno en la situación en que nos encontramos, pero olvidar el mensaje de Marx y Engels y el espíritu humanista que aporta el comunismo, a pesar de los errores criminales de su aplicación el pasado siglo, puede ser una equivocación. Apelar hoy al comunismo con orgullo y sin rubor, es situarse donde la igualdad, la justicia social y la solidaridad humana se alzan como solución a los problemas que nos ahogan. Sentirse comunista hoy no es solo una militancia ideológica, sino una apuesta por la solución al problema global que amenaza el mundo. Mucho antes de la infame perversión de su idea en el siglo XX, la solidaridad que el comunismo predica y ejerce ha sido planteada a lo largo de la historia por multitud de mujeres y hombres como vía de entendimiento de la equidad y la justicia: "Proletarios de todo el mundo, uníos". No hace falta decir que esa máxima todavía atemoriza a toda clase de tramposos negociantes, embozados burgueses, patrones explotadores, especuladores del sudor ajeno, vendedores de humo, mercaderes de almas y otros vividores a costa del estupor de la pobreza.
El comunismo tiene múltiples significados y supone una larga reflexión sobre el hombre y la sociedad. Pueden encontrarse planteamientos comunistas en la República de Platón (hace casi 2500 años), que ya atisbó que la igualdad, principal columna que sustenta el comunismo (no el igualitarismo alienante ni la despersonalización humana), era el elemento clave de la justicia social. En la Utopía, de Tomás Moro (siglo XV) o en La ciudad del sol, de Campanella (XVII), obras cumbre de la historia del pensamiento, ya se enuncian propuestas de igualdad que alumbraron el pensamiento comunista, que a través de la historia de la filosofía inspiraron la teoría política enunciada por Karl Marx durante la revolución industrial del XIX. Hoy, incluso en países hundidos en el bostezo capitalista, como España, en que la labor de ultraje y difamación del concepto y la idea comunista durante la dictadura franquista y su metralla ha convertido en un insulto el adjetivo y sirve como argumento de rechazo político su mera mención, la idea auténtica del comunismo como fuente de solidaridad, puerta a la igualdad y camino a la justicia distributiva, sigue albergando en sí las teorías políticas que pueden contribuir a evitar que una crisis social de las dimensiones que vivimos pueda convertirse, otra vez, en la tumba de la dignidad de miles de millones de personas.
Entre las necesidades que hoy día se plantean para que la profundísima crisis sanitaria, económica, cultural, educativa y de convivencia en que un virus desconocido ha sumido a la Humanidad no termine en la guerra última, voces de todos los ámbitos claman ya por la igualdad y el reparto equitativo de cargas, como elementos llamados a que la recuperación de las formas de vida anteriores pueda albergar la justicia distributiva como principio rector. El comunismo quiere devolver a la persona su identidad a partir de la igualdad como criterio de referencia; igualdad que proviene de una tradición muy lejana que ha luchado siempre contra el clasismo y la dominación, desde la isonomía de la democracia griega hasta los ilustrados franceses. La palabra comunista no es un insulto sino todo lo contrario, porque contiene en su naturaleza la semilla de la justicia.
Que hoy la palabra comunismo sea utilizada como insulto en boca del utilitarismo político, no deja de ser un fidedigno retrato de la paupérrima deriva intelectual construida con frases hechas y titulares a que han conducido ciertas, y muy interesadas, cegueras políticas y mordazas culturales. Más sangrante es ver su mención convertida en insulto en boca del pueblo, el proletariado, la comunidad a la que defiende y de la que surge, lo que dice de la levedad de la enseñanza, la baratura de la instrucción política y las lagunas como mares en el aprendizaje de la historia. El miedo que en ciertos sectores causa el espíritu igualitario del comunismo, no obedece sino al prosaico (e innoble) temor al reparto equitativo que impide el amasamiento, el sojuzgamiento, la explotación y otros usos de la dominación, que a falta de argumentos han querido, y casi consiguen, convertir en insulto la palabra comunista.
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