A veces, sobre todo en este ahora de duda y desvarío, cuando cada cielo se ahoga en nubarrones de sinrazón y tempestades de estupor y algarabía ciegan cada camino y anegan cada argumento, uno busca huir de la tristeza; cuando la palabra se vuelve solo letras, y cada letra dice lo que calla, uno persigue palabras que dibujen, que acaricien, que susurren amor en cada soplo; cuando la desesperanza acecha emboscada en cada cabello del tiempo, cada roce del día y cada rincón, uno huye sin huir intentando no caer... Si el aire de vivir anuncia nada, algo hay que buscar que nos respire; cuando la tristeza se enseñorea en los palacios de la renuncia, el cansancio invita a no pensar y la indiferencia vuela bajo, hay que levantarse... Es decir, cuando el hoy nada tiene que agradecer a un ayer apenas algo y mañana tal vez tampoco, uno rebusca en el valor de la poesía la tabla del consuelo, en la auténtica poesía el ojo amigo y el parpadeo cómplice; busca la verdadera llave del umbral del corazón en los versos, aun solo para conjurar el temblor de la desgana, para vencer, tal vez, la derrota, y para hoy no estar, y que tú no estés, tan triste:
"Serpea el sol en tu mano fresca,
y se derrama cauteloso en tu curiosidad.
Cállate. Nadie sabe que estás en mí,
toda entera. Cállate. No respires. Nadie
sabe mi merienda suculenta de unidad:
legión de oscuridades, amazonas de lloro.
Vanse los carros flagelados por la tarde,
y entre ellos los míos, cara atrás, a las riendas
fatales de tus dedos.
Tus manos y mis manos recíprocas se tienden
polos en guardia, practicando depresiones,
y sienes y costados.
Calla también, crepúsculo futuro,
y recógete a reír en lo íntimo, de este celo
de gallos ajisecos soberbiamente,
soberbiamente ennavajados
de cúpulas, de viudas mitades cerúleas.
Regocíjate, huérfano; bebe tu copa de agua
desde la pulpería de una esquina cualquiera."
CÉSAR VALLEJO, Trilce (LXXI), 1922.
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