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Los repetidos ‘saltos’ de Domingo Calvo Collado
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SECUELAS DEL FRANQUISMO (LXXIV)

Los repetidos ‘saltos’ de Domingo Calvo Collado

Actualizado 23/01/2020
David Rodríguez

Vigésimo sexto capítulo de la serie 'Exilios y emigración: la memoria de los "desterrados" republicanos en el Suroeste de Salamanca'

Los repetidos ‘saltos’ de Domingo Calvo Collado   | Imagen 1Domingo Calvo Collado y su familia son representativos de un tipo de emigración que afecta a padres, hijos y nietos, personas que, en su conjunto, conocieron en España los sobresaltos de la Monarquía, la República, la Sublevación militar y la Dictadura, y las estrecheces de los campesinos pobres dentro y fuera del país en una emigración previa, hasta que en los años del hambre, en la década de 1940, clandestinamente "dan el salto" a Francia. Domingo es quizá el único miembro de una amplia fratría que, habiendo efectuado repetidas travesías fronterizas, ha vuelto al lugar de origen familiar, Robleda, porque antes de salir sus padres y hermanos dejaron allí hasta el polvo de las albarcas. A sus noventa años fue entrevistado en "La Piedad", residencia para personas mayores de Fuenteguinaldo (5 de noviembre de 2019).

Nació el 9 de agosto de 1929 en el hogar de sus padres, casados en 1917, Leopoldo Calvo Ramajo (tio Poldu, nac. 1890) y Juliana Collado Mateos. Esta última, nacida en 1899, era hermana de uno de los vecinos de Robleda asesinados en 1936: Juan "Chinas", que había nacido el 16 de mayo de 1909, en la Calle del Rincón, nº 25. Ambos eran hijos de Santiago Collado Mateos y de María (o María Rosa) Mateos Sánchez. Por el acta de nacimiento de Juan se sabe que eran nietos por línea paterna de Juan Collado Cerrajero, natural de Peñaparda, y de Eduvigis Mateos, y por línea materna de Antonio Mateos y Gregoria Sánchez. En consecuencia, el nombre de esta familia Collado en Robleda tiene su origen en Peñaparda. Los abuelos paternos de Domingo se llamaban Mamerto Calvo Morales y Maximina Ramajo Ovejero, y como los aludidos abuelos maternos, eran naturales y vecinos de Robleda. De todas estas personas la única que sabía firmar era Santiago Collado. Los varones eran jornaleros, aunque a veces se denominan "labradores", porque trabajaban como gañanes eventuales, y las mujeres no tenían otra profesión que las labores domésticas. Gente de condición muy modesta, aunque tuviera alguna tierra de mala calidad y pocos animales propios, una pareja de burros y de cerdos, una cabra, un perro, algunas gallinas.

La represión sangrienta vivida de cerca y la miseria económica empujaron a esta familia numerosa fuera del país. Contrariamente a los que emigraron más tarde, estos emigrantes tenían conciencia de que, dadas las circunstancias, era una salida probablemente sin vuelta, y vendieron sus miserables tierras a otros vecinos casi tan pobres como ellos. Los que salieron en los años cincuenta, con la esperanza del regreso, sembraron pinos, y, aunque muchos no volvieron para rehacer sus vidas en el pueblo, contribuyeron a cambiar el paisaje de El Rebollar. Quienes transitan hoy por estos pagos, entre pinares, difícilmente imaginarán los tesos sembrados de centeno, los llanos de trigo, las joyas (vegas) de cebada o patatas. Quienes se dedican a la explotación maderera, en gran parte tributaria de aquel desastre demográfico, a veces ignoran hasta los nombres de los parajes, antaño abiertos, hoy parcelados y alambrados.

Los repetidos ‘saltos’ de Domingo Calvo Collado   | Imagen 2Antes de su definitiva emigración a Francia en los "años del hambre", tio Poldu vendió a Juan Iglesias una tierrita en El Batán, sita a la vera del camino que de los pasiles de Cantarranas sube hasta donde el paraje cambia de nombre, Garci-Caballero. La propiedad tendrá una extensión algo mayor que la de un campo de fútbol reglamentario. Seguramente no la había heredado, sino ganado con el sudor de su frente en el terreno comunal, sacando matas con el azadón y luchando contra la erosión, porque, debido a la inclinación del terreno, el regato que se formaba en la vaguada robaba la tierra y dejaba un barranco que impedía barbechar y sembrar con alguna garantía de provecho. De modo que había que rellenar aquella sangría, poniendo chaguarzos y escobas en la regatera y echando encima tierra traída de las lindes con escriños y serones. Después había que esperar que no hubiera lluvias torrenciales hasta la sementera e incluso después, recién labrado el terreno. Más pronto que tarde había que volver a empezar el trabajo. Era una versión real del mito de Sísifo. El cronista lo sabe bien, porque dio sus primeros pasos a pocos metros de aquella tierrita y uno de sus primeros recuerdos remonta a aquella operación en la que bregaban su propio padre y hermanos, cuando ya tio Poldo y los suyos, en 1947 o 1948, "habían dado el salto".

Domingo formaba parte de la extensa prole de sus padres, tan numerosa que le cuesta trabajo recordar los nombres de todos y cada uno de sus diez hermanos o hermanas: Manuel (1918), María I (1920), Cándido (1922), María II (1927), Domingo (1929, en París), Ángel (1931), Emilia (1933), Leopoldo ("Poldín", 1936), Maximina (1938), Julia (1941) y Teresa (1945). Los avatares biológicos de esta fratría son realmente significativos de la capacidad de supervivencia de algunas familias rebollanas, entre las cuales por lo general había una mortandad muy elevada. Llama la atención la fecundidad de Juliana Collado, entre sus 18 y sus 45 años, así como su capacidad de resistencia, como la de su marido y de sus vástagos, ocho de los cuales llegaron a adultos, superando la mortandad de la pandemia llamada "gripe española", la penuria, la guerra, la hambruna. Cabe recordar que, entre las numerosas muertes que dicha epidemia causó en el mundo (de 40 a 100 millones de personas entre 1918 y 1920), se cuentan en Robleda las del cura Amador García Baquero y el médico Víctor Viñuela Cristóbal.

De las actas de nacimiento se deduce la pobreza de la familia, siempre domiciliada en las calles periféricas y más pobres de la localidad. Al primogénito (1918) no le señalan ubicación del domicilio. A partir del tercer nacido (1922), se indica la residencia familiar en la calle del Rincón, minúscula y superpoblada, en la posguerra conocida por "barrio del Portugalillo" (sobrenombre motivado por el mísero contrabando con Portugal). A la vuelta de la primera salida a Francia, después del nacimiento de Domingo en París (1929), el matrimonio y sus hijos sucesivamente habitaron en la Calle de la Guadaña (1931), en la de la Mordaza (donde había nacido Leopoldo) desde 1933 hasta la guerra civil incluida. De los episodios sangrientos, Domingo solo recuerda haber visto de pequeño (7 años), desde un postigo entreabierto, a alguien que llevaban detenido "para matarlo" (según oiría, y quizá ya no recuerda que podía tratarse de un tío carnal suyo). Un detalle significativo del contexto bélico es el domicilio de los testigos en el registro del nacimiento de Maximina (22 de marzo de 1938), Narciso Martín Sánchez y Matías Martín Roncero, vivían en la calle "J[osé] A[ntonio P[rimo] de Rivera", la tradicional "Calle Larga". Pero más repercusión tendría en la familia la llamada al frente "nacional" del hermano mayor, Manuel, por ser ya mozo en 1939. El último alumbramiento (Teresa, 1945) tuvo lugar en la Calle del Gato, que es la que recuerda el emigrante Domingo. El acta de nacimiento lleva una nota marginal también muy sintomática de los tiempos ("años del hambre"): "Se expidió y entregó al declarante [Leopoldo Calvo] certificación de esta acta para obtener cartilla individual de racionamiento infantil. Decreto de 3 de mayo 1938".

Al parecer, los hijos de Leopoldo y Juliana, como ellos mismos, eran analfabetos. Los mayores no aprenderían gran cosa en la primera estancia de la familia en el país vecino (quizá entre 1928 y 1930) y en Robleda tampoco frecuentarían la escuela, porque a los padres "eso les importaba poco". Domingo fue "cuatro días", de modo que no sabe leer (o lo ha olvidado). Leopoldo era jornalero, Domingo y sus hermanos, desde pequeños guardaban cabras y ovejas para poder comer y vestirse. Él lo hizo para dos amos que, como hacían otros riquinos, no pagaban jornales; daban a los pastorcillos "la comida, y gracias: lo comido por lo servido". Quizá a algunos de aquellos les parecería demasiado, guiándose por el cruel aviso del Refranero: "El mozo quinceño come por dos, y trabaja por medio".

En Robleda los mozos quinceños, e incluso más chicos, iban al carbonal. Los más pequeños ayudaban a juntar las cepas de berezu, que los más forzudos arrancaban en los montes comunales de los pueblos cacereños de Robledillo de Gata, de nombres míticos: laderas de La Bolla Grande, La Bolla Chica, La Golosa, La Malena, Los Llaritos, La Sierra de Gómaris, La Güerta de Morán. En este último paraje, recuerda Domingo, los guardias de Descargamaría mataron a Agapito Cabezas (el día 14 de agosto de 1945), pero él no era de los que allí hacían carbón aquel día. El carbonal era un buen entrenamiento para la emigración. Los carboneros pasaban en él semanas enteras o meses, a ocho o diez kilómetros del pueblo. Las mujeres y niños granditos les llevaban la jatea una vez por semana: comida, pan y tocino principalmente; y la muda de ropa limpia (aunque en buen tiempo algunos hasta solían andar desnudos, sin miedo a dejarse la piel en los garranchus de los berezus). Dormían en el chozo o ranchera, unas veces pasando frío, otros con los pies recocidos en las albarcas a causa de la lumbre o el rescoldu.

A los 18 años (1947), Domingo regresó a su país de nacimiento. Tio Poldu había decidido emigrar a Francia por segunda vez, con su familia al completo, que ya incluía a Manuel y su esposa, Margarita Sánchez (prima de la informante Petra Sánchez, protagonista de otro de estos "exilios"). Al margen de los arrechuchos de la represión, que los salpicaba, la motivación era "encontrar trabajo para comer". Viajaron todos en tren casi 600 kilómetros hasta Hendaya. Pero allí, por no tener papeles en regla, decidieron "dar el salto", pasar la frontera clandestinamente, pagando los servicios de una barca. Una vez en Francia, los servicios franceses los detuvieron, y de la cárcel fueron conducidos a un "campo de concentración", cerca de Burdeos, hasta que los sacó de allí un patrono para emplearlos en las labores agrícolas. Los hombres mayores cuidaban animales, caballos y vacas, y tenían una pareja de estos últimos animales para la labranza. Las mujeres se emplearían en las labores domésticas, y ayudarían en lo demás. No se tiene constancia de que los más pequeños asistieran a la escuela francesa, como es de suponer.

Después Domingo trabajó en la construcción, aprendiendo el oficio de albañil con la práctica. Más tarde, como otros robledanos, se colocó en la mítica empresa Saint-Gobain, cuyos orígenes remontan al s. XVII. Tenía sede en Sucy-en-Brie (Valle del Marne, Isla de Francia), creada en 1917. Fabricaba botellas para leche y cerveza. Él la conoció en su apogeo, con 700 empleados, y en su declive, cuando se jubiló, con no más de 300 obreros. En dicha localidad residía, y a los 23 años se casó con Christiane, a quien había conocido en una verbena de Ozoire-la-Ferrière, pueblo cercano. El matrimonio tuvo cuatro hijos: Muriel, François, Martina y, de nombre dudoso, Poldín o Ángel. Dos de ellos han fallecido, un chico a causa de las lacras de los tiempos, así como su esposa; otro hijo está jubilado y la hija más pequeña está a punto de jubilarse. Domingo ha preferido no ser gravoso para sus familiares y disfrutar en la soledad su jubilación, bien merecida y sin problemas, porque había cotizado en la seguridad social durante toda su vida laboral.

A sus noventa años, Domingo Calvo es todavía un buen mozo, sin achaques demasiado visibles. Conserva la mirada limpia y su lucidez mental, no parece guardar rencores contra nadie, se acomoda con la vida de la residencia para mayores en Fuenteguinaldo, y libra llanamente los recuerdos vivos todavía en su memoria.

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