Hay coincidencias que sirven más que mil noticias periodísticas para reflejar clarísimamente las ávidas preferencias de las mentes decisorias de este mundo, indicar sin duda los abyectos intereses que informan las políticas globales y definir la catadura moral de demasiados líderes mundiales que este desventurado mundo nuestro sufre desde hace tiempo.
La celebración simultánea esta semana, en Madrid y Londres, de las cumbres internacionales de la Convención Marco de Naciones Unidas para el Cambio Climático (COP25) y de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), respectivamente, y la decisión de importantes próceres de no asistir a una y sí a otra, han situado en el escaparate de lo inocultable las preferencias de los líderes de los más importantes países del mundo: optar por el militarismo, la belicosidad y la jactancia fanfarrona de la organización más inútil de cuantas perviven en el mundo, LA OTAN, preferida por Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Alemania y otros satélites de lo marcial, en vez de por la preocupación por el cambio climático, el aire, el agua, la vida de la gente y el cuidado de la casa común, al despreciar casi desdeñosamente estar presentes en las sesiones de lo que debería ser, y ojalá sea, la más importante reunión de las que hoy pueden decidir el futuro de la humanidad, la COP25.
Al margen de que ambas reuniones son estrictamente inútiles, como tantas, porque planteadas, organizadas y llevadas a efecto con el mismo ánimo de pasarela, muestra de poderío y escaparate con que se celebraban hace cien años podrían haberse evitado utilizando los medios técnicos, telemáticos y de interconexión de que hoy dispone cualquier administración, evitando inútiles desplazamientos, renunciando, en atención a otras labores, a grandes movilizaciones de fuerzas de seguridad, evitando, ahorrando o utilizando en la atención a mil carencias el brutal dispendio económico de la concentración personal (y prescindible) de líderes políticos, además de no suscitar problemas asociados a este capricho atávico de la foto del grupo o de la comilona en común, las previsiones del resultado de ambas "cumbres" y sus conclusiones se prevén, como siempre, vacías, inútiles, superficiales e intrascendentes.
Aunque es cierto que la estatura ética que sostiene cada una de esas reuniones internacionales es antagónica (la intención de COP25 alberga, al menos teóricamente, un contenido moral del que carece la OTAN), y que la creciente concienciación ciudadana en todo el mundo se acerca a la lucha contra el calentamiento global que está definiendo el siglo XXI, al tiempo que se aleja del militarismo decimonónico que representa la OTAN, también lo es que los gastos asociados al mantenimiento de esta última, una estructura militar de colosales dimensiones que absorbe gran parte de los presupuestos públicos de los países miembros, contribuyen a condenar a esos mismos países, y a otros muchos, a una degradación ambiental creciente que podría ser al menos mitigada si dispusieran de presupuesto suficiente para la lucha contra el cambio climático.
La frustrante homogeneidad global del discurso político, definido por la simpleza, la vacuidad y el infantilismo propagandista, hace que la celebración de estas cumbres de mandatarios reflejen, con sus formas de ostentación de poderío y su incontenible verborrea, más que ninguna otra cosa la desesperanza que dibuja un futuro en manos de incapaces.
La absoluta preponderancia que en cualquier aspecto de la vida otorgan quienes mandan a lo dinerario, lo económico y lo rentable, hace que un poso de melancólica dejadez enmarque y a la postre desactive el arrojo y el valor de cualquier batalla moral contra esta innoble forma de despreciarnos. Que sean Donald Trump y Greta Thunberg los dos extremos de la más ardiente realidad no es sino la constatación de la desesperante simpleza de nuestra voluntad: el hecho de que uno merezca el desprecio y otra el aplauso, en brazos ya por siempre de lo inevitable, queda reducido a esas dos palabras: desprecio, aplauso.
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