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La esperanza
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La esperanza

Actualizado 30/11/2019
Ángel González Quesada

"children forever

singing wreathed with singing

blossoms children of

stone with blossoming - eyes"

("niños para siempre/cantan con guirnaldas de cantares /flores niños de/piedra de florecidos - ojos")

e.e. cummings

La imagen de Yemina, una niña siria de nueve años, que camina sonámbula y hambrienta, sucia y tiritando sobre el barro de Moria, el campamento de refugiados en Lesbos donde sola está viviendo-muriendo, después de que sus padres y su hermano se ahogasen en el estrecho de Mitilene, arrasa las palabras que uno iba a dedicar a otro tema que ya los ojos no pueden mirar. Y uno, seguramente en vano como siempre, intenta conjurar el dolor escribiendo este, como todos, inútil poema:

LA ESPERANZA

Hay un ave escondida en el cuarto más alto

de los cuerpos,

que aparece al nombrar sus enemigos;

la ceremonia exacta de ese rito

es negarle a la muerte sus victorias

y hacer punto final a la tristeza.

La virtud se descuelga derrotada

en el párpado verde de la tarde

mientras crece el confín de la derrota

por los muros mojados de la calle.

De escalón a escalón cada ventana,

donde tienden los hombres sus susurros

y sus renunciaciones,

un herbazal que imita los jardines

es un cuenco de sal.

Hay un ruido de fondo en la calle reseca

y una niña que pasa sin saber que atraviesa

con su pétalo-amor y su inocencia

escenarios que el odio ha pintado hace poco;

viejas muescas del crimen de los enamorados

y hermosuras perdidas hace siglos,

goterones espesos que oscurecen la risa.

Con la vieja certeza de que nada ha cambiado,

existe en la mañana con visillos un trino

de alegría sin embargo

y hay una encrucijada, sí,

y un camino marcado que me llama.

Miro el campo cercano

que ni existe siquiera como entonces,

agotado por humos que la culpa y el tedio

obsequiaron al verde y al olvido

después de tanto afán.

Sin embargo me asomo a la aventura,

imagino un racimo de verano y conjuro así dioses

como adioses,

con esa tibia lejanía que me acerca.

El sol grita allá arriba y me promete

una esperanza envuelta que aparece

como un bálsamo inmenso contra la ira,

mas de principio a fin sé que es embuste

en la boca del tedio tarde a tarde.

Ha cruzado la niña hacia el lado de sombra

donde una mano atenta la esperaba hace siglos

y la deja expectante de lo por venir;

también hay allí bocas que pronuncian

consejos oraciones cataclismos promesas,

que renacen y vuelan y se van consumiendo

en el orbe pequeño de los límites blancos

de su vestido,

que el sol que hace un siglo dibujó en esta calle su juramento,

y parece de nuevo despertar la ternura.

A veces son las tardes las que gritan;

cual cuchillos de voces de murciélagos locos

las quejas se hacen carne y esclavizan

el inmenso mañana de la repetición.

No dejaré que vuelva la derrota

a mi casa y mi calle que es la suya,

ni a mi pupitre el hálito del hambre y de la duda;

me prometo me impongo me consagro,

será mi afán la torre del hermoso castillo

de la felicidad

o la esperanza;

ni dejaré que el monstruo

de un invierno discípulo del tedio

le conquiste el mañana a esa niña que pasa

y que me muestra todas las certezas.

Es el día de los vivos, la jornada de todos,

la barcaza gigante de los sueños forjados

en la noche anterior a esta mañana

surca ya el río;

es el rumor del hombre y sus aristas,

que a su imagen espera madrugadas ardientes

en que el cielo sea azul como el de siempre

y los verdes sean casas y las manos le sirvan

para hacerle la luz a las orillas.

Hay una puerta abierta a la alegría

aunque no sepa dónde;

la hallaré navegando el rosicler y el frío,

reconociendo muros y balcones

como aquéllos;

haré piedra y cristal cada reflejo,

cada ventana abierta y cada muro,

cada voz que me llame y me convoque

un sortilegio blanco de felicidad;

no los gritos oscuros del murciélago infame

de la desolación,

ni la cruda neblina de epitafios,

ni el caliente refugio en que me acecha

la tristeza;

no el clamor de la pena,

ni la prisa del hambre ni la gris celosía

de la lamentación,

sino copas de vida donde un vino cercano

nos prometa que hay luz en la espalda y la frente,

y tal vez allá arriba,

mucho más floreciente que ese sol repetido de promesas

que ya de nada sirve si torna a ser ocaso,

y que se abra al azul por fin el blanco,

y a los verdes el gris y sea de nuevo

un ventanal de vida la certeza,

mientras niñas que pueblan este mundo,

caminen.

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