De feria en feria 

Viajan de acá para allá con la casa a cuestas. Son expertos en el arte de montar y desmontar. Con meticulosidad sacan sus cajas de herramientas. Aquí una tuerca, allí un destornillador, un tornillo grande, una arandela? Decenas de barrotes, de travesaños, de piezas grandes de metal, todo lo blanco amontonado, haciendo hileras; chapas de distintas formas, de diferentes tamaños y colores fuertes se alinean y permanecen en espera a las manos sabias. En la cara adulta se ven aún sus extremidades de niño ayudando a los padres, a los abuelos, a quienes antes de ahora fueron sus maestros. Cuántas generaciones, se ve en sus genes que llevan tatuados los procedimientos para hacer las cosas, las rutinas, la cabeza que ensambla, las manos que colaboran, los brazos que participan, un poco más de apoyo aquí, en el hombro, algo más en la pierna que sujeta, el empellón con el pie que acaba encajando unas piezas en otras? Alzarlo todo, escribiendo una diagonal que sirve de apoyo, esa hipotenusa, sujeta por el hombre, su pantalón vaquero y su camisa, sus brazos que empujan fuerte hacia arriba y levantan por fin la estructura. Cuándo presionar, aflojar, tensar, cuándo apretar las coyunturas, cuándo buscar las uniones, las esquinas, los marcos que tapan y esconden para solo mostrar lo bello, lo colorido, el reclamo, la fiesta?

Paralelamente, en el suelo, entre una y otra furgoneta, ellas hacen funcionar lavadoras ya repletas unidas por un cordón umbilical que les proporciona alimento desde los generadores que transportan. Asomadas a la puerta de sus caravanas, despliegan sus tendederos de plástico que permanecían apilados? Aprovechan el rayito de sol para secar?

Cuánta familia, cuánta comida, cuántas perolas, cuánto pan?

Alguien sacude algo desde el cubículo por el que se respira en ese hogar de espacio escaso.

En el suelo, enormes anuncios de papas, de hamburguesas, grandes carteles con distintas grafías, descomunales letreros que se pondrán sobre los puestos, pizarras negras con precios en blanco?

Unos comienzan a descargar, otros levantan las paredes metálicas, colocan el rótulo?

Prueban allí la megafonía? los vasos apilados se amontonan en sus recipientes? se cuida el orden necesario entre el aparente caos.

Algunos llevan un café en la mano, otros secan el sudor en su manga. Allí, aquel grupo comenta esta o la otra noticia. Arrastran el dobladillo de sus pantalones, el bajo de su chándal, remangan su forro polar, desabrochan la cremallera para coger aire y volver a la estructura.

Levantan la barra de bar, que asoma provisionalmente en el carromato, montan los muñecos que adornan para atraer a un público ávido de bullicio.

Adolescentes pasean sus crestas, sus flequillos y sus miradas, con andares rápidos de sus piernas delgadas cubiertas por pantalones cuyos largos se agradecen o sobran con los cambios de temperatura? No sé qué ropa transportan, qué utensilios personales, cómo eligen qué traer o llevar, qué meter en esa caravana de sueños, de viajes de feria en feria. Cuál es el libro no escrito de sus normas, de sus enseñanzas, de su ciencia transmitida, de sus valores de fidelidad a esto o a aquello, a su modo de vida, a su herencia, quizá de siglos, en el ambulante vagar.

Mientras tanto, un poco más allá, el orden se hace en las aulas, las filas se forman para desplazarse, el silencio impera, los encerados se llenan de contenidos, las pizarras digitales de imágenes y mapas conceptuales, las paredes de normas, los renglones de letras, los cuadernos de corazones y pegatinas brillantes, las mochilas de olor a libro? Las manos maestras eligen las estructuras sobre las que montar los andamios del aprendizaje.