¿Por qué un arpa en Jerusalén?

Por mucho que nos encuadremos en doctrinas, religiones, razas, religiones, lenguas, todos los seres humanos tenemos algo en común. Todos lamentamos el paso del tiempo, amamos a veces, recordamos la infancia. Todos recordamos algunas palabras de la abuela, soñamos cosas insensatas, y nos mareamos en una barca.

Hace poco estuve en Jerusalén. Esa ciudad está plagada de dogmas, de creencias absolutas, de religiones excluyentes, de personas que creen que ellos tienen la salvación y todos los demás no, que ellos huelen bien y los demás huelen mal. Casi todos en el mundo creen que lo suyo es lo mejor y que los demás no tienen nada. El panadero de mi casa cree que en Inglaterra no hay pan.

Pero en Jerusalén conviven a la fuerza unos con otros desde hace siglos, se oyen latir unos a otros, y en el fondo de sí mismos saben que todos ellos comparten la vida. Unos despiertan a sus fieles a las cinco de la tarde con el grito del muecín, otros tocan las campanas, otros hacen sonar el shofar. Hay muchos gritos excluyentes y hay muchas costumbres que se pretenden las únicas válidas. Pero quieran o no, se oyen latir unos a otros y saben que todos laten, se llame como se llame su abuela.

Por eso me encantó encontrar a una joven tocando el arpa en la puerta de Jaffa, subida en un rincón reservado de la muralla. Y esa arpa no sigue ninguna religión, sino que sigue los ritmos básicos de la vida. Esa arpa no grita, sino que susurra, es como la circulación de la sangre, es como esas verdades humildes que sabe nuestra piel antes de convertirse a ninguna doctrina. Esa arpa nos trae el susurro secreto de la vida, por debajo de todos los gritos, debajo de todas las consignas. Me pareció maravilloso escuchar esa arpa en Jerusalén, era el arpa escondida y prodigiosa de Bécquer.

ANTONIO COSTA GÓMEZ

Consuelo de Arco: "Arpista en Jerusalén"