La Promesa y otros siete nombres de Cristo

El Cristo de la Promesa ha sido el elegido por la Hermandad Dominicana, anfitriona en su 75º aniversario del Vía Crucis de la Junta de Semana Santa. Ciertamente ya no sale en procesión, pero sí lo hizo durante unas cuantas noches de Lunes Santo, a mediados del siglo XX, y esta tarde regresa a las calles para protagonizar el encuentro de oración que la agrupación de cofradías propone al comienzo de cada Cuaresma. Con su rostro conmovedor y su mirada doliente, una advocación que dice mucho y dice bien: la Promesa, por la de Jesús a Dimas, compañeros de suplicio en el Gólgota y de eternidad en el Paraíso. "En verdad te digo, hoy estarás?".

No, no estoy fantaseando ni metiendo a nadie, ni a mí mismo, los perros en danza, "cofradiatúrgicamente" hablando, pero siempre eché de menos un Cristo de la Justicia que acogiera bajo la sombra de su Cruz a todos los desheredados de la tierra y a todos los olvidados de nuestra memoria y de nuestra denuncia siempre insuficiente. También un Cristo de la Unidad con el que pudiéramos avanzar en reconocernos como lo que somos, hijos de un mismo Padre y hermanos en la fe, para que la separación fuera menos y se viese su final. Y un Cristo de la Verdad que podría ser el que entabla diálogo con Pilato, y un Cristo del Camino que abrazaría el madero al inicio de su travesía, y uno de la Victoria que lo enarbola triunfante llegado al lugar de vencer definitiva y misteriosamente. Nombre para Cristo es el Refugio que en Él se obtiene, se disfruta y se conserva, porque nunca se agota su capacidad de amar y perdonar; y también lo es la Vida, sinónimo de Cristo: eternidad, plenitud, vida de hombre que da gloria a Dios.

Siete advocaciones que subrayan la promesa sostenida pese a todas nuestras infidelidades. La Cuaresma recién iniciada, eclipsada sin remedio por el fragor electoral, por la tensión social, por las prisas que nos atropellan, por las necesidades que nos ha hecho crear y hasta creer nuestro egoísmo, es un camino para poner nombre a Jesús en nuestra realidad. Para que se lo pongamos los que decimos conocerle y que estamos tan lejos de seguirle a conciencia y sin miedo, y para que se lo pongan los que todavía rehúyen su mirada. En verdad nos dice? todos la esquivamos allí donde con más nitidez se muestra, en los más pequeños y pobres donde Dios ha fundado la certidumbre liberadora de su Promesa.

En la fotografía de José Fernando Santos, el Cristo de la Promesa, que se venera en la sacristía de la iglesia conventual de San Esteban.