Los 24 apellidos de Teresa

No son ocho, sino veinticuatro; ni son vascos, sino universales; ni son familiares, sino comunes. Los fui añadiendo hace pocos años con motivo del entonces cercano quinto centenario de Santa Teresa. Y siguen siendo ajustados a hechos y a derecho.

Y son estos 24: fiel, culta, piadosa, orante, exigente, inquieta, apasionada, mística, abierta, decidida, atractiva, crítica, disfrutadora, realista, audaz, cercana, inteligente, luchadora, comprometida, realista, sencilla, tenaz, andariega e hija de la Iglesia. Así fue y así es Teresa con sus apellidos de vida. Nada menos.

Y está bien recordarlos hoy entre su fiesta del pasado día 15, con los ecos de su muerte en aquel día 4, y el aniversario de su llegada a Salamanca el próximo día 1.

Toda una mujer, en un mundo muy de varones; toda una cristiana, en tiempos de difícil equilibrio entre la fe individual y los criterios oficiales de la Iglesia; toda una santa, en momentos de especial intemperie para la coherencia entre la fe y la vida; toda una mística, en tiempos en los que ese apellido era de entrada sospechoso y hasta peligroso; toda una escritora, en años en los que una mujer que escribe no es aceptada ni reconocida con facilidad; toda una reformadora, en época en la que la simple intención de reforma creaba sospechas; y toda una observadora crítica, cuando la libertad de pensamiento y de expresión tenía especiales contratiempos. Y veinticuatro cosas más que hacen de Teresa una mujer excepcional, una cristiana sorprendente y una santa de primera fila. Por eso tiene una perfecta actualidad, hasta lo reconocía y recordaba hace unos días la ganadora del segundo premio del Planeta 2018 en sus palabras de aceptación.

Teresa llegó el día uno de noviembre a Salamanca en caballería desde Ávila, acompañada de otra hermana. Entre los muchos aprietos que sufrieron para fundar convento en la ciudad no fue el menor la noche que pasaron en unos corrales de las afueras, por donde luego estuvo el matadero municipal frente al río. Al ser la noche de ánimas las campanas de la ciudad alteraron el sueño de las dos monjas y metieron no poco miedo a la compañera de Teresa de la que ella se burla en sus escritos por cobarde y asustadiza.

Y en la casa que hoy por eso se llama de Santa Teresa, y que cuidan con esmero las Siervas de San José, logra asentar aquí su primer convento, después de no pocas dificultades, algunas trampas e incluso algún engaño. Eran tiempos recios para todo, pero especialmente para fundar conventos, a lo que en principio se oponían todos, obispos, clérigos, escribanos y autoridades civiles porque en ese deseo de nueva fundación podía esconderse, como era frecuente, falsos recursos de alumbrados o de gentes desestructuradas o de pretensiones sospechosas. Y entre todo eso tuvo que maniobrar Teresa poniendo en juego sus veinticuatro apellidos. Y lo logró, aquí y en la docena y media de fundaciones que organizó por media España, desde Burgos hasta Sevilla comenzando por Ávila. Nunca se vio cosa igual.

Por eso es santa en virtudes, inteligente en escritos y en conocimientos, discreta en habilidades sociales, valiente en decisiones extremas, profunda en oración, elevada en contemplación, serena en la vida diaria, resistente en viajes, enfermedades y calvarios, clara en las verdades, amiga de sabios y letrados, fiel a sus partidarios y cauta con sus enemigos. Y así una interminable lista cargada de nobles apellidos de ancha y extensa calidad humana y cristiana.

Por todo esto y más Teresa es ejemplo y referencia para todos. Sin excepción. Y por eso la recordamos todos y todos la honramos y hasta la colocamos, con medallón incluido, en nuestra Plaza Mayor con sus veinticuatro apellidos alrededor.