Desmontando ficciones históricas (III)
La debilidad del poder musulmán empujó a los cristianos a reanudar la guerra, aunque antes de salir a campaña tuvieron que establecer qué territorios musulmanes podía conquistar cada reino. Era imprescindible canalizar el fervor y acordar los repartos. Entre los más importantes está el de Tudillén, firmado en el año mil ciento cincuenta y uno entre Alfonso[1] VII el Emperador, rey de León y de Castilla, y Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona y Príncipe de Aragón, por estar casado con Petronila, hija única de Ramiro II el Monje rey de Aragón.
El Monje es protagonista de una historia singular. Al no tener descendencia Alfonso I el Batallador, rey de Aragón, dejó como herederos de la corona a las órdenes militares.
Una parte de la nobleza aragonesa se reunió en Jaca y decidió no aceptar el testamento y alzar por rey a Ramiro, hermano del difunto monarca que ocupaba el obispado de Barbastro.
El obispo Ramiro debió pensar que la necesidad obligaba a ser valiente, sobre todo si había un horizonte de guerra civil. Así que aceptó el poder real, colgó los hábitos, se casó y tuvo una hija, Petronila.
Sin embargo el sacrificio no sirvió de gran cosa porque la nobleza y el clero aragonés se dividieron en dos bandos y las pesadillas continuaron. Al no encontrar una solución que pacificase el reino, el rey Ramiro envió un emisario a pedir consejo al prior del monasterio de San Poncio de Tomares.
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