"El Congreso aprueba sacar los restos de Franco del Valle de los Caídos". Emboscada entre la sordera del ruido de chuscas sucesiones políticas, escondida entre los viles desprecios mediterráneos al humanitarismo, arrumbada por el fútbol abrebocas y ¡ay!, cegada por el putrefacto olor que vuelve a desprender este país con 'La Manada' en la calle, la noticia de que los restos del asesino Francisco Franco van a dejar de venerarse (¡qué verbo para asociar a la iniquidad!) en el incomprensible mausoleo del Valle de los Caídos (¡qué nombre para el lugar de la sevicia!), se ve empañada en la alegría para cualquier inteligencia por el añadido de que ese sepulcro construido por prisioneros torturados y esclavizados, ese monumento a la indignidad, esa vergüenza nacional, ese dislate moral, va a "convertirse" en una especie de "centro de la memoria" o de "foro de la reconciliación" u ocurrencias similares que abundan en la vieja e interesada (e indigna) idea de la equidistancia de culpa y responsabilidad entre las víctimas de ambos bandos de la Guerra Civil y la búsqueda de una reconciliación, más falsa cada día, colonizada por los verdugos que asesinaron a la República Española.
La circunstancia de que sea el partido de la derecha reaccionaria de este país el único que siga oponiéndose a despojar a su caudillo de tan costoso (en todos los aspectos) panteón, no hace sino abundar en la certeza de que en España carecemos de una derecha civilizada y democrática, y que los hilos que conectan el conservadurismo político y social español con la barbarie franquista son gruesas maromas a prueba de parlamentos. Como sucedió en otros lugares y sigue sucediendo en esta nunca despejada travesía española hacia la democracia, los intentos de la reacción por manipular y tergiversar la historia y apropiarse y dictar la memoria de la dictadura (por ejemplo, el Archivo de la Guerra Civil de Salamanca, almacén del expolio franquista de documentos, es reivindicado por el franquismo con episodios de obstaculización y tendenciosidad informativa de auténtico bochorno; los mil y un obstáculos en todo el país para la retirada de estatuas, inscripciones, medallones, reconocimientos, nombres o referencias al mismo dictador o a sus cómplices...), han sido también utilizados para diseñar y asentar durante lustros programas educativos y de enseñanza en los que la manipulación, la adulteración y la pura falsificación de la Historia eclosiona en la actualidad en generaciones de desavisados votantes que ignoran no solo la historia de su propio país sino, lisa y llanamente, la verdad.
El análisis de las diferentes propuestas para "reconvertir" ese llamado Valle de los Caídos en algo distinto a lo que hoy es -conversión en "espacio de reconciliación", "centro de estudios para la memoria" o "valle de la paz" (!)- arroja conclusiones diversas y provoca reflexiones de todo tipo, pero sobre todas ellas se alza la oscura sombra de la existencia misma del "monumento", su fisicidad, su misma realidad ?su espacio y su lugar, su memoria y su imagen, su simbología, su significado o su sentido- que se impondría indeleblemente en la memoria del pueblo y en su crecimiento, como el estigma de la vergüenza permanente, la imposibilidad de avance y la referencia y recordatorio de lo que significó tanto su construcción como su existencia durante décadas. Por tanto, si una propuesta puede calificarse hoy como lógica, racional, sensata y hasta puede que justa, sería la de la exhumación e identificación de los restos de las víctimas allí enterradas y hoy desconocidas y la entrega a sus deudos y, después, para una auténtica reconciliación con la Historia, y tras la solemne aprobación del Parlamento español, la total demolición y consecuente desaparición de semejante disparate.
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