La generosa hipocresía que en la Tierra ha construido muros y levantado alambradas contra el diferente o el hambriento y el perseguido, y la falsa magnanimidad y el paternalismo de espesa podredumbre que campea en las tribunas políticas del mundo, que perfuma las cumbres de mandamases y adorna los besamanos de los súbditos, consiente que una de las mayores tragedias humanas y humanitarias de la historia esté teniendo lugar en el país más pobre del mundo, Bangladesh, donde los rohinyás de Myanmar llegan perseguidos a centenares de miles, huyendo de la sinrazón y el crimen provocados por un régimen genocida y dictatorial que es aceptado, consentido y tolerado por todos, todos, los países de este globalizado mundo-cloaca infectado de insolidaridad y vaciado hace tiempo de cualquier resquicio de empatía.
Para lavar conciencias, y sin el mínimo esfuerzo por detener la sangría de mujeres y hombres que diariamente son asesinados o luchan por escapar de la sevicia y la crueldad, y mientras se siguen vendiendo al criminal régimen de la antigua Birmania armas que asesinan rohinyás, una conferencia en la ONU de países donantes entre los que se encuentran algunos que mantienen relaciones amistosas y comerciales con el gobierno de la Nobel de la Paz (!) Aung San Suu Kyi (treinta y cinco países de entre los más de doscientos adscritos a la organización internacional), promete varios cientos de millones de ayuda para "paliar la crisis" de los refugiados rohinyás, mostrando de nuevo al mundo la limosnera respuesta a que acostumbran los cada día más incapaces dirigentes políticos de toda latitud, única herramienta que parecen tener de ese remedo de solidaridad que exhiben y que, a falta de valor, muestra su precio.
Perseguidos en una especie de cruzada antimusulmana por parte de un régimen cuya pretendida militancia budista dista mucho de aplicar las enseñanzas de Siddartha, pero en realidad masacrados por un programa genocida de eliminación sistemática de la población rohinyá, los sufrimientos de esta comunidad y el éxodo indiscriminado y masivo de musulmanes birmanos constituye una de las mayores diásporas de los últimos siglos y una de las más crueles y brutales limpiezas étnicas de las que se tiene noticia. Calificado ya el exterminio sistemático de los rohinyás como crimen contra la humanidad, el éxodo de los supervivientes, signados como apátridas y tratados como extranjeros hasta en su propio país, no es comparable ni en su enorme extensión humana ni en su irrespirable rapidez con ninguna otra tragedia.
Según algunas organizaciones internacionales no sospechosas de connivencia con los dictadores de noticias, en Myanmar han tenido lugar violaciones masivas de mujeres, incendios de pueblos enteros, lanzamiento de bebés vivos a hogueras, asesinatos indiscriminados, ejecuciones sumarias, torturas, mutilaciones, vejaciones diversas y disparos por la espalda a los huidos, así como hostigamiento y persecución constante de mujeres, ancianos, niños y hombres rohinyás, en una escala y con una brutalidad que recuerda al escalofriante genocidio ruandés del pasado siglo. Una tragedia que desde agosto de este mismo año, y recrudecida en las últimas semanas, debería avergonzar a la humanidad entera y que, sin embargo, ocupa un discreto rincón en la información de unas sociedades intoxicadas por la intrascendencia, hipnotizadas por el consumismo, enfermas de indiferencia y, definitivamente, incapaces del mínimo rasgo compasivo o siquiera comprensivo hacia los cientos de miles de tragedias personales, sufrimientos concretos, angustias individuales, quiebras sociales, duelos, pérdidas, asfixias, heridas, golpes y abandonos que, por cientos de miles, se amontonan en los inundados caminos hacia Blangadesh o bajo las perecederas lonas de los barrizales de las orillas del Meghna; "generosas dádivas" compradas por esa "conferencia de donantes" que no pestañeará contra el crimen, ni por la dignidad de las personas y, mucho menos, ante su propio espejo.
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