La memoria no solo se compone de recuerdos. No solo los contiene a ellos junto a una agenda con recados que debemos hacer en el día. A veces, la memoria encarna una experiencia vital irreemplazable. En su cinta magnética, conserva una suma de registros que después puede convertirse en un suministro de vida. Cuando una persona entrada en años recuerda su juventud al reencontrarse con un objeto de valor simbólico, la memoria lo aplasta con la fuerza de una ola del mar.
Esto fue lo que me contó K. en su visita de Pascuas. Un par de días antes, él había leído mi texto del sábado pasado sobre la relectura y después había cogido al azar volúmenes leídos o recibidos como obsequios tiempo atrás. Se encontró con sorpresas, como la de un prólogo a un libro de poesía contemporánea firmado por él. Me dijo que no recordaba ese escrito. No le pareció malo, aunque sí cambiaría algunas cosas. Tampoco se acordaba de que en una repisa de su salón tenía el libro con el poema que había llegado a lo más hondo de su corazón cuando tenía doce o trece años y estaba enamorado. (Pensaba que el libro lo conservaba su padre, porque lo había recibido en herencia de una tía suya.) Algo muy vivo y duro como una piedra lo golpeó.
Movido por su ejemplo, yo también recorrí las estanterías de mi pequeña biblioteca y hojeé títulos, no sin llevarme otro tipo de asombro. Vi un poema de mi puño y letra escrito a lápiz al inicio de una obra entrañable.
absoluto amor | absoluto silencio | sombra interpuesta entre | los objetos y mi presencia | amigos, | colegio, | autos, | felicidad, (tachado) triste (fin del tachado) palabras, | consciencia, | solo tú | solo tu nombre | permanece vivo
Como K. con su prólogo, a mí tampoco me pareció malo mi escrito, pero sí cambiaría una palabra.
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