Se le hace a uno difícil teclear en estas fechas sin caer en deseos regios, propósitos de nuevo año y demás almíbares. Y es que la verdad que uno está más para disfrutar de todo aquello y todos aquellos que acumula alrededor. Uno sigue viviendo estas fechas con la mezcla de ilusión primeriza y nostalgia vital de unas fechas que siguen teniendo un sabor especial.
Empieza otro año, trescientos sesenta y cinco días por los que me siento en el deber del agradecimiento. Ese que a uno le empapa al cruzar de nuevo el umbral de otro guarismo que echarse a la mochila, pero con el que siente la obligación de quitarle la pàtina deslumbrante y ñoñera que la cercanía campanera y cohetera le otorga.
Porque el estado de la polis, así a lo general no pinta especialmente halagüeño. Y es que uno tampoco quiere romper la magia del momento, pero no sería propio que en tecleo semanal me abandonarse en los brazos burbujeantes del tópico navideño más dulzón.
Echa andar un año que en lo político cuenta con una bifurcación importante. La carretera toma por un lado la dirección interna de ceñir filas y por otro la de la gobernanza. Y no duden que ambas calzadas son tan idénticas que confluyen en el mismo destino.
Todos los partidos lucharan por el cetro de la homogeneidad, de la solidez mal entendida que proyecte certezas, confianzas. Unos como el Partido Popular trileando con la apertura a la militancia en su próximo congreso, que no será más que lo mismo de siempre al servicio de hormigonar un rajoinismo pusilánime, y que tendrá en su derivada castellano leonesa uno de los cónclaves regionales donde posiblemente más fichas se jueguen. Y por lo que nos toca, haya más expectativa en ver si ganan blancas o negras.
El PSOE tendrá que encontrar líder o lideresa que marque rumbo y coja una riendas que aún estando sueltas, jamás en los últimos años han tenido tanto criterio y altura de estado.
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