Estaciones en equilibrio

Las estaciones del año tienen sentido al norte o al sur de los trópicos, también siempre que uno viva el ciclo anual completo. Entre los trópicos apenas hay diferencias a lo largo del año y como mucho se introducen matices en torno a la aparición de las lluvias o del sentido e intensidad de los vientos. Cuando se viaja constantemente entre el hemisferio norte y el sur se pierde también el sentido de lo cíclico: se viven dos veranos o dos inviernos de manera casi seguida. Los refranes populares o las metáforas que se elaboran sobre el carácter de cada estación no tienen, por consiguiente, un carácter universal.

Aquí, entre finales de marzo y hasta bien entrado octubre, un periodo dulce de expansión de la naturaleza acoge a días largos luminosos que se viven en la calle. Se viste a cuerpo y la tez se broncea. Una etapa idílica en que cualquier cosa parece posible y donde el supuesto color de rosa que favorece la energía positiva todo lo invade. Tiempo que la tradición vincula con el amor, con la juventud. La expansión de lo corporal, la ilimitada posibilidad de soñar despierto. No hay barreras. Nada frena a la voluntad de ser. El globo de la ilusión desmesurada se infla hasta un nivel que parece no tener fin. La inflación del afecto, los sentimientos desbocados, la belleza que vence a cualquier atisbo de realismo feo, paseos en los atardeceres que nunca parecen concluir. El amanecer está preñado de planes para llenar la nueva jornada y así día tras día, durante siete meses.

Después es el turno de lánguidos otoños que anticipan el invierno. Meses que representan la otra cara de la moneda. Los opuestos que buscan el equilibrio. Complementar una vida desmesurada que parece desbalanceada. Lo que estaba oculto hasta entonces se hace explícito construyendo una agenda oprobiosa de minucias vitales. Lo palmario se recluye en espera de mejor tiempo para encubrir sentimientos heridos; postergar la incapacidad de ponerse en la piel del otro. Se abren momentos de confusión en que todo se enreda: valorar no hablar claro, seguir con la maldita manía de callar, guardar las opiniones, e incluso las valoraciones, para uno. Entonces se sabe que efectivamente el tiempo de estío se ha acabado y que de nuevo la soledad y el silencio se asoman para acompañar al frío y a los días sin luz.