El barrio ajeno

Después de tantos años errante, su mundo ha ido quedando limitado a un espacio reducido: el configurado entre Serrano y Príncipe de Vergara. Un lugar del que prácticamente nunca sale y que circunvala por esas calles en días alternos. En el paseo incorpora un tramo de Alcalá dibujando así un recorrido triangular: ocho largos kilómetros del callejero que recorre parsimoniosamente a primera hora de la mañana. Cien minutos de introspección tonificada por la gimnasia que sus piernas ejecutan con pereza. Un ejercicio impuesto por prescripción médica que acompaña a su convencida y firme decisión de saber que le sienta bien, que le obliga a tomar el aire, a abandonar la reclusión del piso. Y conseguir pensar, porque aunque pareciera que es algo que podría hacer sencillamente en la molicie de su refugio es andando cuando disfruta del soliloquio solitario.

Vivir en un barrio burgués, si bien a ciencia cierta no sabe muy bien lo que significa ese término, es un punto de inflexión en su vida que, no obstante, es consciente de que conduce a ninguna parte. Su último punto de inflexión. El cambio de estación, las diferencias en las tonalidades de la luz madrileña, la intensidad del tráfico según el día de la semana de que se trate, la apertura y el cierre de negocios, el tipo de personas con las que se cruza, son apenas anécdotas que enmarcan el cansado flujo de sus obsesiones que varían poco, aunque reconoce que algunas van perdiendo nitidez, diluidas en el fango de la desmemoria.

Sin embargo, hay tres, me cuenta, que siguen teniendo una vigencia plena: el día que su abuelo le habló del mar y de aquel viaje en barco hasta La Guaira a mediados del siglo pasado; el beso que le llevó a otros besos, de otras bocas, tras su pertinaz hartazgo de quienes ocupaban periódicamente el otro lado de su cama; y el momento de un inesperado ascenso laboral que le condujo hacia vericuetos insólitos en su hasta entonces acomodaticia existencia. Tres líneas fugaces de una vida en el otoño que obsesivamente reconfiguran sus pensamientos, sus juegos de lo que pudo ser y no fue, sus pesares de lo que fue pudiendo haber sido otra cosa, pero también de aquello que nunca pensó pudiera sucederle, como era el hecho de sellar sus días en aquel barrio tan modélico, tan señorial dicen algunos, pero tan ajeno.