El abuelo

Desde la mesa camilla se contempla el mundo. Un mundo no tan complejo como parece. Los que manejan los hilos son pocos y casi todos amigos del abuelo. Así que él está tranquilo, con sus zapatillas y su pijama, arropado en su mantita, con todo controlado desde una prudente distancia.

Que hay que salir alguna vez a la escena para señalar el camino es hasta comprensible. Fueron muchos los años en que su labia encandilaba masas y él vive de recuerdos, como tantos otros. Pero no sólo de recuerdos. De vez en cuando tiene que volver a salir a la palestra para poner orden a esta juventud a la que los problemas diarios le vienen grandes.

Todavía no le fallan las fuerzas, si está de retirada es por pura comodidad. Eso es lo que él dice. La cabeza le fluye perfectamente y no se harta de dar consejos a diestro e incluso a veces a siniestro, aunque esto último menos, porque "la edad sedimenta las inquietudes" y uno se va volviendo miope del ojo izquierdo en cuanto se le abren las puertas de los consejos de administración.

El país y el mundo entero le caben en la cabeza. Nadie se lo discute. Tiene una envidiable claridad de ideas, que aplica a los dilemas concretos que los muchachos le vienen de continuo a plantear. En realidad, él no espera menos; es evidente que sin su consejo se meterán en honduras, se complicarán la vida y al final echarán a perder lo que él levantó con tanto tiento durante muchos lustros.

A veces ocurre que alguno de los herederos, siendo corto de luces, cree poder hacerse el listo y pretende volar con intención propia. Nadie le quita el disgusto a este buen hombre, que se ve obligado a salir de su feliz letargo y decirle al chico que por ahí no, que por ese lado va mal, que le haga caso, que aproveche su experiencia, que de lo contrario se va a estontonar.

Dicen incluso que una vez la cosa se le alborotó por demás. Había pensado que uno de ellos sería un digno reflejo de su pasado de joven político bien plantado y con verbo ligero. Maniobró para que fuera él elegido para los más altos menesteres, pero pronto se dio cuenta de que se había equivocado. Pese a su buen olfato, se vio engañado por las malas artes ambiciosas del menor, y tuvo que arremangarse para tratar de poner orden.

Ya está mayor el abuelo, porque esta vez se le fue la mano. Ya no sabe calibrar desde su hontanar con la exactitud de siempre. Claro, esto de actuar a través de persona interpuesta, no siempre sale como uno esperaba. Su muchacha de confianza eligió a su propia mano derecha para tratar de sofocar un pequeño incendio, y no pasó de proclamar a voz en grito que era la "autoridad competente".

Luego el hombre se debió adormilar en una larga siesta, y no le sentó demasiado bien el cocido, porque tuvo extrañas pesadillas, de dimisiones masivas, de asambleas tumultuarias, de intentos de votación cortados a medias, de alegaciones encontradas sobre interesadas interpretaciones estatutarias? En fin, un despropósito del que menos mal que despertó cuando alguien le llamó para decirle que ese joven superviviente había arrojado la toalla.

El abuelo se reacomodó en su sillón, se tranquilizó en su vuelta a la realidad. A la supuesta realidad. Porque todavía no se ha dado cuenta de que las cosas no son como eran. Por mucho que quiera seguir ejerciendo de gran patriarca, la familia ha cambiado y también lo han hecho los demás. Él seguirá queriendo controlar las cosas. De hecho lo está haciendo; pero habrá que ver cuánto le dura, porque él debe ser el único que todavía no se ha dado cuenta de lo efímero de su futuro.