La capacidad de autoengaño (o de cómplice inconsciencia) que muestran algunos gestores públicos en este país, sobre todo en lo referido a la violencia y los crímenes machistas como culminación, consecuencia y efecto del intolerable dominio y colonización que el machismo ejerce y que, con toda normalidad y desatención, impregna cada una de las capas, realidades y circunstancias sociales, sólo es comparable a la insoportable sensación de resignación que parece haberse instalado en la sociedad y sus instituciones, frente al rosario de muertes violentas de mujeres, denuncias por mil formas de maltrato, violaciones, agresiones, insultos, exclusiones, injusticias, desequilibrios y toda forma de criminal desigualdad que, con respecto al sexo femenino, parece formar parte indisoluble de la cotidianidad.
El penúltimo y vomitivo caso conocido de la violación de una mujer por parte de varios jóvenes organizados en banda festiva, realizado, además, con plena conciencia del delito, befa, desprecio y escarnio, y grabado y difundido por sus autores con un nivel de sevicia propio de los peores asesinos, ha sido hasta el momento respondido con el acostumbrado sensacionalismo informativo hipócrita de la vacuidad de sentido con el solo ánimo de cotas de audiencia, y contestado hasta el momento por las autoridades competentes con burocrática frialdad y, es de prever, respondido con los tibios reproches judiciales con que en este malhadado país suele reaccionarse a los delitos del machismo.
En el mismo ámbito en que este horrendo crimen se produjo (la "celebración" de los llamados sanfermines -por calificar de algún modo semejante vórtice de alcoholismo, bestialidad, machismo, cómplice tolerancia, indignidad y burla a la igualdad y a la racionalidad-), se sucedieron durante los días de explosión de esa sinrazón llamada fiesta a mayor beneficio de la hostelería, (según fuentes fiables que pueden consultarse, convenientemente obviadas en muchos medios de comunicación), múltiples agresiones a mujeres, seguramente no pocas violaciones, maltratos físicos de todo tipo y un rosario de delitos contra mujeres cuyas consecuencias, a pesar del creciente número de denuncias, nunca alcanzan a castigar ni por asomo el delito cometido y mucho menos hacen cuestionar la forma y el contenido de una "celebración" que diríase pensada, precisamente, para facilitar esos comportamientos.
La Ley Integral contra la Violencia de Género, arrumbada en su aplicación y desnaturalizados su intención y su sentido, es la penúltima víctima del machismo que impregna las venas de la sociedad española. Las últimas decisiones tomadas por las autoridades competentes (otra forma de hablar) sobre las medidas de autoprotección de las mujeres amenazadas, en riesgo de agresión o peligro cierto de ataque, consisten en la entrega de un folleto informativo con normas de comportamiento evasivo, huida, escape o escondrijo para mujeres cuyo nivel de sufrimiento, angustia y desazón precisa otras decisiones, y no tocan siquiera la posibilidad de adoptar medidas contra los potenciales asesinos, los posibles violadores o los futuros maltratadores, tratados al parecer como una plaga, una maldición, un fenómeno natural contra el que caben únicamente medidas profilácticas, de protección, ayuda posterior y comprensión, pero nunca de eliminación.
El machismo específicamente español, uno de los más graves del mundo occidental sobre todo por su nivel de aceptación social y acrítico conformismo, alimentado por el desdén y la incapacidad institucionales y por la desatención pública, es alimentado diariamente por la ostentación machista hecha por representantes, parlamentarios, gobernantes, gurús y dirigentes, y cultivado jocosamente con escandalosa explicitud en la mayor parte de festejos, rituales, celebraciones, ceremonias o liturgias del país, estando vergonzosamente presente en el uso y utilización del lenguaje machista en la enseñanza, la información, la cultura, las costumbre o las tradiciones, recibiendo únicamente la indignante respuesta de la gemebunda lamentación, el tosco minuto de silencio, la grandilocuente declaración oficial, el indolente conformismo y, eso sí, después de la última uva cada diciembre, la puntual puesta a cero de la cuenta de las mujeres muertas.
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