Las cancillerías, las comisiones, los consejos, los parlamentos y los parquets europeos se mesan estos días con fruición los cabellos y se dan alocadamente al consumo de relajantes, tilas y otros estabilizantes del nerviosismo, ante la posibilidad cierta de que los ingleses decidan la próxima semana eso que, cruzando los dedos con aprensión, los analistas económicos y los gurús de la cosa de la plusvalía han dado en llamar el 'Brexit'. Esto de los referendos es que no deja de sacarlos de quicio. Vade retro: 'Brexit'. Una palabra cuya sola mención convoca en los salones y las moquetas, en los palacios y las alfombras a los peores fantasmas de la catástrofe y los cornetas del pandemonio, amenazando, de aprobarse, cuestionar un status de beneficios y rentabilidad que los grandes financieros disfrutan desde hace décadas, y ahora peligrosamente amenazado por esa para ellos estúpida decisión de consultar al pueblo -¡consultar al pueblo, qué barbaridad, a quién se le ocurre!- si quieren decirle a la U y a la E ahí os quedáis.
Indolentes ante la creciente desigualdad que sume en la angustia y el sufrimiento a cada vez más europeos, en gran parte consecuencia del mantenimiento de ese mercadeo de beneficios y rápido trasvase de la riqueza a cada vez menos manos, los encorbatados figurones de primera clase, cinco estrellas y dieta de alto cargo ?Gucci, Hermés, Chanel, Rolex-, advierten, amenazan, avisan, predicen y anuncian los males del averno si no se frena a esa insensata mayoría de hijos de la Gran Bretaña en su decisión de dar a la U y a la E con la puerta en las narices de su grandeur de croissants, sus mares de Bier y sus paellas con aceitunas. Insensibles frente a la inmensa tragedia de miles y miles de refugiados desposeídos de su tierra y del aire de vivir por la codicia sin fin que conserva sus plusvalías, los ministros, los candidatos, los agentes de bolsa y hasta los locutores anuncian que el temido 'Brexit' acarreará castigos sin cuento, tempestades de oscuridad y hasta cáusticas hambrunas a los europeos, sólo conocidas por los africanos, si esos isleños británicos que no están a la altura de su responsabilidad, osasen a abandonar a su suerte a los pobres recortados continentales y no seguir compartiendo con ellos el pago de las ayudas a la especulación bancaria, el taponaje de fiascos financieros fruto de la incompetencia y la corrupción, las millonarias indemnizaciones a los ladrones, las fianzas para que se vayan de rositas, las subvenciones al fondo perdido del narcisismo político, los tratos de favor y los privilegios a candidatos, secretarios, diputados, europarlamentarios, consejeros, macroparlamentos, parlamentos y miniparlamentos y más y más y más ombligos que cuidar, espejos que pulir y sobres que repartir. Incapaces de pensar más allá de lo consabido, autoritarios, despectivos, soberbios y, por qué no, pelín ridículos, los defensores de esa U y esa E se convierten estos días desde tribunas, altavoces y cuatricromías en sus propios enemigos cada vez que hablan de los males del 'Brexit'.
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