Vamos de tradiciones

Dejamos atrás a los Reyes Magos. Me contaba la señora Mª Francisca la Lorenzana, centenaria cuando falleció, que, en la cocina de su casa, sobresalía una piedra de una de sus paredes, y, sobre dicha piedra, colocaban los zapatos la noche venidera a los Reyes. Aquellos Reyes no traían juguetes; les metían en el hueco de los zapatos alguna perra, higos, castañas y un cacho de turrón; turrón de La Alberca que, los domingos anteriores a la Navidad, vendía la turronera en un puesto, que montaba bajo los soportales de la plaza Mayor. Todavía recuerdo a la señora Antonia, la alberqueña, con su figura inhiesta, rostro serrano de tez sonrosada, de pómulos almendrados, mandíbula saliente y tocada con aquel pañuelo de color y enramado; la romana al hombro y la cesta de piel de castaño a su derecha, con los pedazos de turrón almendrado, que partía a golpe de cuchillo y badila, y competía, entonces, con el de la barra de Jijona.

Y, al poco rato, llevaban tres fiestas: san Antón, las Candelas y san Blas, que los muchachos recibíamos con mucho contento, porque no había escuela. De san Antón ya hablamos, hace unos días, en estas páginas, y, hoy, nos vamos a centrar en las festividades de las Candelas y de san Blas.

Hay un refrán que dice:

"Pa san Antón, el ave buena pon,

para la Candelaria, la buena y la mala".

Las candelas

El día 2 de febrero, se celebraba el día de las Candelas. Había misa cantada, y, a continuación, procesión alrededor de la iglesia. Se asistía a la procesión con una vela; si se entraba en la iglesia, tras la ceremonia, con la vela encendida, buen año de uva; si se adentraba con la candela apagada, augurio de mala cosecha. Se rezaba el rosario durante la procesión, y la Virgen de las Candelas portaba sobre las andas dos pichones.

Esta fiesta tiene su origen en el episodio bíblico de la presentación del Niño Jesús en el templo. En ese instante, la Virgen llevaba en su mano una candela y el Niño, un pajarito; a la vez, la Virgen se sometió al rito de la purificación, como indica el pasaje del libro Levítico que dice: "Cumplidos los días de su purificación, presentará, ante el sacerdote, un cordero primal como holocausto y un pichón o tórtola en sacrificio de expiación por el pecado".

Estas son las razones por las que la Virgen lleva la candela y los pichones sobre las andas, en conmemoración de este pasaje bíblico.

San Blas, fue médico y obispo de Sebaste (Armenia), y mártir cristiano. Hizo vida eremítica en una cueva en el bosque del monte Argeus. Fue torturado y ejecutado en la época del emperador romano Licinio, durante las persecuciones a los cristianos de principios del siglo IV.

Según la tradición, Blas fue famoso por su don de curación, que aplicaba tanto a personas como a animales. Salvó la vida de un niño que se ahogaba al clavársele en la garganta una espina de pescado. Este sería el origen de la costumbre de bendecir las gargantas el día de su fiesta, el 3 de febrero.

El Ayuntamiento de mi pueblo celebra la festividad de su Patrón, san Blas. Se ha perdido la costumbre muy señero: después de misa, en honor al Santo, el alguacil visitaba todos los hogares del pueblo con la "cayada bendita" de san Blas, abogado de las enfermedades de garganta, y acariciaba, con ella, las gargantas de todos los miembros de la familia. Se le obsequiaba con alguna cosilla bien en especies, bien con algún dinerillo.

El Ayuntamiento mantiene la tradición de acudir a la santa misa y, después, obsequia a los funcionarios y acompañantes con un piscolabis; y, a continuación, la corporación y empleados municipales comparten mesa y mantel en uno de los restaurantes de la localidad.

Antiguamente, el síndico era el encargado de preparar la comida en su casa y de contratar a los músicos para el baile.

Los niños íbamos a misa con las cintas amarradas al cuello, para que nos las bendijera el sacerdote. Las lucíamos durante unos días, para que nos hicieran efecto y, después, las madres las guardaban para el año venidero.