La Navidad viene de oriente

La fiesta de Navidad tiene su origen en las prácticas rituales del cristianismo y, en consecuencia, de la Iglesia, allá por el año 350, alcanzada la paz de Constantino después de las grandes persecuciones romanas. Los romanos celebraban ya por entonces la fiesta del Sol invicto o del Sol naciente en torno al solsticio de invierno, cuando empezaban a crecer los días y a ampliarse la presencia de las horas de sol.

Los cristianos adoptaron entonces la fiesta, pero convirtiéndola en la fiesta del nuevo Sol invicto, es decir del nuevo Sol Jesucristo, Luz del mundo. En concreto, teniendo en cuenta que las fiestas venían celebrándose como el nacimiento nuevo del sol que hacía crecer los días, los cristianos empezaron a celebrar justamente la fiesta del nacimiento o Natividad (Navidad) de Cristo. Los romanos celebraban las fiestas con cantos, banquetes, regalos y actividades prácticas de paz, por ejemplo, con la liberación, al menos temporalmente, de los esclavos.

Concluyendo, como la natividad o el nacimiento de Cristo tuvo lugar en Belén, resulta que la Navidad nos viene de oriente, en concreto del Asia occidental o próximo oriente. De ahí viene también concretamente la misma creencia y práctica de la religión cristiana. También el nombre por el que los seguidores de Jesús de Nazaret empezaron a llamarse cristianos tuvo lugar en la ciudad de Antioquía, donde el cristianismo había tenido una gran difusión.

En las celebraciones actuales de nuestra Navidad, si bien a la base está el nacimiento de Jesús, y así se significa en la construcción de los belenes, por ejemplo, práctica que parece inventó el mismo San Francisco de Asís, pero lo que más sobresale hoy son las fiestas, las comidas, los regalos, las felicitaciones y los deseos de salud, de paz y de felicidad.

No estaría demás que devolviéramos al oriente asiático, Siria, Iraq, Irán, Afganistán, etc., la paz tan deseada y necesitada, especialmente para los cristianos, que no contribuyen más que a prácticas de paz y no a realizaciones que provoquen violencias y guerras, y no se entiende que sean masacrados y asesinados, procurando su completa destrucción masiva y genocida. Tampoco estaría demás llevar la paz al corazón de África e incluso al oriente europeo, logrando acuerdos entre Putin y el occidente europeo-americano.

Ni estaría demás que todos hiciéramos un esfuerzo máximo, en la situación presente de nuestro país, por encontrar los adecuados pactos y prácticas de concordia y convivencia que tanto necesitamos, entre los partidos políticos, con la colaboración de las diversas fuerzas sociales, sindicatos, empresarios, movimientos culturales y fuerzas religiosas. Así han comenzado ya a marcarlo o señalarlo algunos de nuestros obispos, como el presidente de la Conferencia Episcopal Española, su eminencia el cardenal Ricardo Blázquez, y el obispo de San Sebastián Mons. Munilla. Ojalá todos los cristianos, y aun los de otras religiones y los de ninguna religión podamos contribuir a la concordia.

Para terminar, no será demasiado recordar a tantos que también vienen de oriente, en su mayor parte: todos los desplazados y refugiados que están llegando y a los que no acabamos de acoger. Como en la noche de la primera Navidad los habitantes de Belén no acogieron al Mesías, su Salvador, ya que estaba demasiado disfrazado en la figura de un Niño extranjero (de Nazaret). Que el Dios que nace también hoy en estos pobres abandonados que buscan refugio y libertad, nos comunique la generosidad del Dios de Belén y nos ayude a decidirnos a hacer de todos aquellos refugiados hermanos nuestros que caben bien en nuestras casas si pensamos con un poco de amor y con gestos de solidaridad y acogida.