Aunque cada día haya nuevos argumentos para oponerse a la colonización y paralización que la Iglesia Católica realiza constantemente sobre el desarrollo y la libertad de muchas sociedades, la circunstancia de que hace unos días celebrásemos el centenario de la presentación por Albert Einstein de la Teoría General de la Relatividad, viene a recordarnos nuevamente que la ciencia, la inteligencia y el pensamiento libres, fundamentos de los grandes avances humanos, han sido y siguen siendo los grandes antagonistas de la superchería, la superstición y el oscurantismo religiosos.
La interesada mezcolanza entre la creencia religiosa personal de cada uno (absolutamente respetable como tal) y la organización religiosa y político-empresarial jerárquica con influencia institucional llamada Iglesia, que vive y medra de la fe ciega y lo indemostrable, pretende redirigir cualquier crítica que se haga a ésta hacia las convicciones personales de cada creyente, lo que es una más de las mendaces tácticas y hediondas estrategias que a lo largo de la historia han suministrado a los poderosos patrañas apocalípticas, altares a medida, imágenes que adorar y palios con que entronizarse, para seguir amedrentando con flamígeras amenazas a súbditos debidamente infraeducados.
La labor del actual jefe del Estado Vaticano, Jorge Mario Bergoglio, el Papa, ilustra perfectamente cuáles son los fundamentos de la organización de la Iglesia Católica, al mostrar con crudeza las enormes resistencias que una casta anquilosada, recelosa y subrepticia opone a los intentos de clarificación, transparencia y responsabilidad que el admirable cura argentino intenta desde su nombramiento. Sus intentos de reformular los objetivos y de fundamentar la creencia personal en la solidaridad y la fraternidad, y no en la influencia político-económica, se ven entorpecidos no sólo por sus propios dirigentes, sino por una estructura de poder en el llamado "mundo occidental", cuyos sucesivos gobernantes y dirigentes han mantenido siempre la interesada conexión entre el ejercicio del poder y unos dogmas que, mediante su traslación legal y parafernalia ritual, les garantizan grandes cotas de sumisión.
Tal vez hablar sólo de catolicismo y cristianismo sea en cierto modo injusto, y más ahora, porque la historia general de lo que la manipulación de las religiosas, cuando exceden el ámbito de la conciencia personal, ha acarreado al mundo entero, es un relato que habla de miedo en cualquier idioma, de imposición en todas las latitudes, arbitrariedad en cualquier rincón y sangre y muerte y sufrimiento en todo tiempo. El nombre del dios de cada uno, gritado tras las bombas o usado para la guerra, alabado antes del crimen e invocado en la venganza, es un argumento innoble para la humanidad.
Hace cien años, sin ningún dios de por medio, Albert Einstein nos mostró un fruto de la inteligencia, la Teoría General de la Relatividad, uno de los mayores hallazgos de la historia del Hombre. Hoy que los dioses vuelven a asustarnos con su arenga y sus mártires, y sus bombas y su miedo y su amenaza, será mejor fijarse en Einstein, o en el prístino pensamiento de Stephen Hawking o en los avances y descubrimientos biomédicos, astrofísicos, paleontológicos...; en la reflexión filosófica, en el pensamiento libre y en la palabra.
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