Qué susto

Escuchaba esta mañana en la radio, con el espacio ya comenzado, una entrevista a una jueza sobre el problema catalán. Hablaba del asunto de haber recurrido a la justicia para resolver el problema como una mala solución. Que sí, que había algo sobre desobediencia y rebeldía institucional (decía), pero una vez puesto ya el asunto en manos del TC, que ahora se debería tomar de nuevo la vía política que se había abandonado. Que el asunto no debería estar en los juzgados y sí en la política.

Yo escuchaba preocupado estas palabras, considerando venían de una jueza y que podrían ser representativas de la mayor parte de los integrantes del poder judicial. Me entraba bastante desazón comprobar esto. Cuando se ve bien de lejos que importa un pito el diálogo, porque no hay dialogantes, sino exigencias de imposiciones, derivas unilaterales y demás. La jueza seguía hablando de urgente y necesaria reforma constitucional. De derechos a decidir según los territorios. De estado democrático y federal, aunque éste fuera asimétrico. De que esta constitución no valía ya. En fin, de todo lo que una jueza con sentido no debería avalar en público. Me paraba a pensar cuántas sentencias podría haber emitido esa señora amparándose (o desmarcándose) en ese marco legal constituyente que no consideraba aceptable. Eso volvía a producirme vértigo.

Y hablaba y hablaba a preguntas de la conductora del programa que los jueces no resolverían nada del problema. Que diálogo y más diálogo, que si cesiones, que asimetrías regionales, más traspasos competenciales, que constituciones más modernas y demás zarandajas. Luego la pregunta final basada en la hipótesis sobre qué haría si ella llegara a ser ministra de justicia en un nuevo gobierno, y eso me aclaró algo mejor tanto disparate. Y no era una jueza cualquiera, que no, era la jueza canaria Rosell, que iba situada en la candidatura podemista. Me acordé de los comentarios vertidos sobre su actividad como jueza de Eligio Hernández (ex fiscal del Estado) y del profesor Alejandro Nieto en su libro. Entonces (y sólo entonces) ya pude respirar aliviado.