Que cualquier tragedia, hasta la más grande, sea inmediatamente convertida por muchos medios de comunicación en carnaza sensacionalista y material de consumo con que rellenar espacios y tiempos, es algo que a estas alturas no debería sorprendernos, conscientes del brutal descenso a la mediocridad que han experimentado medios hasta anteayer todavía con algún resto del antiguo marchamo de la fiabilidad. Crímenes, catástrofes naturales, disputas políticas, robos y rumores, dichos, sospechas, atentados, gestos, sentencias, bulos y azotes a todo o a cualquier cosa, sirven para llenar, rellenar, titular, comentar, exprimir o vomitar en esos bazares de cualquier cosa en que se han convertido los informativos de los medios de comunicación, principalmente televisivos aunque no sólo.
Al contrario que las decisiones adoptadas por algunas empresas informativas, cuando decidieron prescindir del desplazamiento de sus comentaristas al lugar donde se celebraban los eventos deportivos, ya que la calidad de las transmisiones y más modernos medios técnicos propiciaba que los comentarios pudieran hacerse ?como se hacen- desde el estudio central, no ha cuajado esa costumbre en otros ámbitos diferentes al deportivo, aunque los desplazamientos sigan sirviendo sólo para distinción de la empresa, muestrario de su capacidad económica y pregón de su presuntamente vanguardista calidad y probidad informativa, aunque en la realidad no sirvan absolutamente de nada.
El reciente ataque terrorista perpetrado en París el pasado día 13 de noviembre ha revelado con estruendosa claridad cuáles son los "principios" que orientan hoy día la llamada "información" en muchos medios de comunicación españoles. Televisiones que envían a sus más señeros presentadores a París para nada más que poder mostrarse con un fondo reconocible, pero sin aportar información alguna, ni noticia, ni avance o exclusiva que justifique mínimamente ese desplazamiento y que la absoluta falta de imaginación, originalidad, sentido de la naturaleza del objeto informativo o mínima voluntad de innovación y mucho menos creativa, hacen que entre los espacios informativos de diferentes cadenas no haya diferencia apreciable, los mismos planos tópicos y típicos, las ubicaciones y hasta los comentarios ?cuando no los fondos inmóviles que bien pudieran pasar por meras fotografías, lo que habla también de la "profesionalidad" de algunos técnicos de cámara al buscar localizaciones-. Emisoras de radio que, a falta de imágenes que "certifiquen" que su estrella se encuentra en el mismísimo lugar del crimen ?preguntándonos nosotros también para qué-, repiten constantemente que sí, que están allí, que están frente a la avenida tal, que observan el puente cual o que se oyen los vehículos que circulan por el boulevard de más allá, como si la voz desde allí pudiera tornarse por arte de magia más auténtica en la descripción del horror, igual que una torre Eiffel de fondo en una crónica televisiva algunos creen que dota de mayor credibilidad las palabras.
La enorme cantidad de evidencias de negligencia informativa, falta de preparación suficiente para la creatividad que requiere la inmediatez o lamentables repentizaciones de vergüenza ajena con que esa misma escasez profesional ha sembrado los espacios informativos de radio y televisión los días siguientes a ese ataque a París que ha hecho desaparecer ?de las noticias, que no de la realidad- cualquier otro tema, podrían tratar de justificarse por la prisa que lo inesperado del suceso ha generado en el trabajo informativo. Pero lo que no es justificable es la verborrea sentimentaloide vertida día tras día en crónicas hechas por quien no sabe construir, y menos improvisar, ni una frase, por muy presentador/a de campanillas que sea; la insultante falta de preparación de guionistas, redactores y comentaristas, en bochornosos ejercicios de nadería, frases hechas, lugares comunes y citas auxiliares; la palmaria ignorancia de un oficio otrora respetable, de ignorancia del significado de la noticia y del sentido de su comunicación, de vulgarización de los medios y los mensajes, de mediocridad profesional y de no tener ni idea del sentido real del momento y, sobre todo, de la inteligencia de los destinatarios.
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