Y más horror de madrugada

De nuevo Paris. Y unos locos armados disparando indiscriminadamente y dispuestos a sacrificar su propia vida con ello. Así no hay modo.

Todos podemos ser el objetivo. Sólo hace falta estar delante de un iluminado con armas dispuesto a todo. Esa es la guerra global en que estamos metidos y que de vez en cuando olvidamos. Y ayer volvió tan cerca.

No conozco por ahora fórmula efectiva para acabar con eso. No sé si se puede dialogar (con quien no lo quiere). No sé si los bombardeos en el núcleo del problema acaban con eso. Y tampoco sé si el miedo nos haga retraernos y resguardarnos protegiéndonos algo más. Creo que nada de eso vale aquí. Es una guerra tan poco convencional que no sirven fórmulas lógicas.

Acaba siendo esto un laberinto donde se nos hace desconfiar del vecino recién llegado, o aquel que viste y mira raro. Donde salir a viajar, a divertirse, a comprar, puede ser una trampa mortal. Y encima echan más leña cada vez para confundirnos más aún en nuestra visión buenista del mundo. Aquello tan viejo de nuestra apreciación judeocristiana de la vida y la propensión a la tolerancia y el perdón de casi todo. Somos mayoritariamente civilizados y pacíficos. Y eso lastra algo más las decisiones que tomamos. No queremos igualarnos en eso del fundamentalismo, del ojo y del diente, sencillamente porque hemos avanzado social y culturalmente desde el siglo dieciséis. No deseamos volver a desandar un camino que ya hemos recorrido. Pero nos podríamos cansar de recibir bofetadas con tanta inocencia. Aunque lo malo es que las bofetadas que nosotros también podamos lanzar equivoquen destinos, golpeando a seres que nada tienen que ver en este sucio asunto. Pero eso es lo malo y lo turbio de todas las guerras.

Desde anoche ellos tienen ocho mártires más para sumar a su causa, y nosotros casi doscientos muertos más, tan estériles en su sacrificio como inocentes eran.