Afterwork

La sala Nueve Norte, en el centro del centro del país, es un utópico oasis de cultura escondida. Estaba hasta los topes un jueves a las ocho de la tarde, justo a la salida del trabajo. El aforo del teatro es pequeño. No éramos más de cincuenta personas contando a la taquillera, el técnico y los tres actores. Insisto, no cabía un alfiler. Y así llevan diez jueves seguidos. Que es más difícil conseguir entradas para ver "Afterwork" que beberse un chupito de lejía sin que se te queme el esófago. El menda lerenda hizo ayer ambas dos sin inmutarse. Bueno, las entradas las saqué por internet con dos semanas de antelación, y lo del chupito de lejía fue un accidente doméstico que subsané con un enjuague a fondo y bebiéndome la leche fría de todos los bares que hay entre mi barrio y el número nueve de la calle Norte.

Llegaba yo al teatro con la tripa llena de leche y los bolsillos del alma repletos con las miradas de reproche que había ido recogiendo en cada bar, a la hora de las cervezas y los vinos, cuando pedía el blanco antídoto contra el buchito silenciando a los parroquianos de un garito tras otro. Hacía calor para ser noviembre. Sudaba como si no hubiera un mañana. Tomé asiento en el pequeño patio de butacas. Se me antojó todo mínimo. No había telón. Tampoco escenario propiamente dicho. Los espectadores estábamos en lo alto y una mesa con cuatro taburetes, en lo que era la escena, abajo. Como decorado una palabra escrita con luces de neón: Afterwork. Así, en inglés. Como si el título de la obra fuera el nombre de un bar moderno y molón.

Apagamos los móviles, salieron los tres actores y empezó la función. Abro paréntesis. Como crítico no tengo precio. Dos ejemplos. La primera vez que Amaral actuó en el Juan del Enzina, cuando no los conocía nadie, vaticiné su fracaso musical. Sólo salvé la voz de la cantante. Y el segundo. Tras el concierto de Paco Bello en el Puerto de Chus vaticiné su fulgurante éxito como cantante y compositor. Cierro paréntesis. Sintiéndolo mucho por el autor del libreto, por mi admirado David Barreiro, la obra me encantó. Durante una hora y cuarto Fredo, Dani y Rober me tuvieron en vilo. Los tres actorazos se tomaron tres cervezacas per cápita y me engancharon a sus historias. A sus miserias, sus tristezas, sus penas y podredumbres. Sus falsas vidas barnizadas de logros artificiales. Su fútbol, sus coches, sus infidelidades, sus fracasos sentimentales. El desahogo laboral ahogado en cerveza un jueves a las ocho después del trabajo. Afterwork. Una historia trepidante contada a tres voces con luchas de poder, con sexo y con un muerto. Todo entre cañas bien tiradas, con el diario deportivo sobre la mesa del bar y varios personajes que flotan en el ambiente, que aparecen al otro lado del móvil, que están sin estar.

Lo siento, David, "Afterwork" es un historión, es brutal, y son tres actorazos. Ni me acordé del chupito de lejía. Ni de los vasos de leche. Ni de las miradas de reproche. Me sentí tan interpelado que, al salir, no sabía si era más Dani, más Rober o más Fredo. Lo que sí supe es que, aunque hayas estudiado en la Ponti, la obra que has escrito es propia de tu gen(io) asturiano.