Mourínhicas

"Adopta por un momento el razonamiento de un hombre reservado", le pedía Marco Tulio Cicerón al por entonces triunviro Marco Antonio (que compartía el poder con Octavio y Lépido) en uno de los discursos conocidos como Filípicas en homenaje a los que pronunciara Demóstenes, tres siglos antes, en contra de Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno. El egregio orador y senador romano trataba de defender así las libertades que para él representaba y defendía el sistema republicano (con limitación temporal de mandatos y exhaustivas rendiciones de cuentas al final de dichos períodos) frente a los excesos y la altanería del general, viejo colaborador de César en las Galias y posterior gobernador de las provincias orientales de Roma.

Marco Antonio, como Mourinho, basó su poder en un férreo régimen de lealtades inspirado fundamentalmente en su propia estampa regia, en su halo divino y en su áurea personalidad. Educado en el arte militar, concibió la política, parafraseando a Clausewitz, como una continuación de la guerra por otros medios ?¿acaso no es esto el fútbol, también, para Mourinho??. Marco Antonio receló de la clemencia con la que Julio César trataba a sus enemigos. Marco Antonio tomó a cuantas mujeres pudo jurándoles tras cada coito su fidelidad eterna. Marco Antonio amó al pueblo de Roma mientras le fue útil y luchó a su lado y trató con soberbia y displicencia a cuantos consideró rivales de su noble causa y contrapesos de su creciente poder. ¿Acaso no es este, también, el perfil de José Mourinho si en vez de mujeres pensamos en clubes, si por pueblo entendemos aficiones y si por rivales ponemos el nombre de Pellegrini, Wenger, Benítez, Guardiola, Casillas o Cristiano Ronaldo?

Cuando Marco Antonio vencía en una batalla, la estrategia había sido perfecta. Cuando perdía, en cambio, las legiones no habían estado a la altura. En realidad, las fuentes históricas no nos permiten saber si esto último es cierto. Aplico, simplemente, el juego lógico de que si B es igual a A; A debe ser igual a B. En este caso concreto me refería a Mourinho, a su ego desmedido y a su patológico orgullo; a su perversa afición de reclamar los logros colectivos como propios mientras se desentiende, declarando culpables a unos y a otros, de las derrotas.

"Errar es propio de todo hombre, pero persistir en el error, de nadie sino de un necio". Así continuaba Cicerón el discurso acusatorio contra ese hombre que no tuvo mejor defensa ante estos libelos que incluir el nombre del senador entre los que debían morir como garantía de la estabilidad de su poder. Sin embargo, una vez sufrida la derrota definitiva en Accio, huyendo en una triste embarcación de vuelta a Egipto, parece que el general cayó en la cuenta de que toda la gloria acumulada durante años no era nada comparada con el mero placer de vivir. Quizá la última derrota del Chelsea ante el Liverpool, tras haber protagonizado el peor arranque liguero en veinticinco años, suponga para Mourinho su particular Accio, su particular y definitiva rendición. La otra solución, la de Antonio clavándose la espada en su propio pecho y con su propia mano en previsión de la deshonra a la que le someterían sus enemigos y creyendo muerta a su esposa Cleopatra, está fuera de lugar y tiempo. Hasta aquí las comparaciones.