Los manifestantes de Oviedo

Los Premios Príncipe de Asturias (ahora Princesa de Asturias) son probablemente los más prestigiosos del mundo detrás de los Premios Nobel. Y (aun con sus claroscuros) resultan mucho menos controvertidos que ellos, pues no han dado pie a tantas polémicas, rechazos, oportunismos políticos y olvido final de unos galardonados perfectamente prescindibles muchos de ellos.

Por eso, me causa estupefacción el que unos ciudadanos de Oviedo se manifiesten contra esos premios, encabezados, además, por la misma vicealcaldesa, Ana Taboada. ¿Lo hacen contra el cineasta Francis F. Coppola? ¿Contra el filósofo Emilio Lledó? ¿Contra la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios?

No. En el habitual totum revolutum, lo hacen contra la monarquía, contra el sistema político, contra las subvenciones municipales al evento? ¿Pero es que hay algo más rentable para la ciudad, para su proyección universal, para la atracción turística? que los cuatro duros invertidos en unos premios de carácter perenne, que se apoyan en personajes de talla mundial?

Ya me dirán qué otra población del vasto mundo puede presumir de haber asociado su nombre a Nelson Mandela, Bob Dylan, el Museo del Holocausto, Arthur Miller, Arafat, UNICEF o Václav Havel, por ejemplo. Todas darían lo que fuera por haberlo conseguido. ¿O es que, acaso, Bilbao cuestiona las subvenciones al Museo Guggenheim, que fue quien lo puso en el mapa de la modernidad y de la fama? En absoluto.

De alguna forma, sin embargo, uno comprende la estrafalaria actitud de estas manifestaciones sin sentido. La protesta porque sí, y contra todo, es mucho más fácil que hacer esfuerzos solidarios, mejorar la capacitación de la sociedad, prepararse para el futuro, presentar alternativas factibles y compartir lo de uno mismo con todos los demás.

Por desgracia, en esa cómoda y pasiva complacencia está instalada hoy día gran parte de nuestra sociedad aunque, paradójicamente, ella crea que es activa, alternativa y solidaria. Vaya por Dios.