Y anochece

Cae ya la tarde, poco a poco acaba el día, apenas se ven unos rayos de sol entre las cresterías amarillentas y doradas que enmarcan los tejados de la Plaza.

Una Plaza eternamente viva, inamovible y majestuosa, que alberga y acoge a los que disfrutan de su suelo aún caliente del sol que ya se esconde, de sus terrazas repletas por quien disfruta de su encanto, de sus paseantes, unos que dan vueltas sin parar entre las entrañas de sus soportales y quienes la atraviesan, normalmente en diagonal sorteando sin pisar a los que sentados charlan en mil lenguas.

Y mientras los luminosos de la mayoría de los locales comienzan a parpadear para hacerse ver en los primeros atisbos de la noche, llama la atención la oscuridad y sombra que en uno de los rincones se entrevé en su soledad.

Camino hacia él, como si me estuviera llamando, rodeado de gente, con la banda sonora del murmullo incesante que sube y baja de tono de las conversaciones a las que me acerco y de las que me alejo en mí pasear, como si se tratara de un imán que desde lejos me atrae, que me llama.

Percibo cómo se insinúa oscuro entre misterio y curiosidad por desvelar lo que se puede percibir entre los papeles que forran, desgajados, sus cristales sucios, marcados por las huellas de quien estuvo dentro por última vez.

Contrasta su tristeza con la luminosidad de los locales que le rodean y de los que entra y sale gente, pasando por delante de él con absoluta indiferencia, sin percatarse de su presencia, sin ni siquiera prestarle la más mínima atención.

Por fin llego hasta él y constato el abandono, la tristeza que desprende, la ciega mirada de sus luces apagadas, las pintadas medio borradas de su zócalo, de sus marcos descascarilladlos de varios colores y capas superpuestas de pintura de los innumerables colores que en el paso del tiempo lo han decorado.

Y reconozco que me invade una curiosidad desmedida por ver entre sus sucios cristales el abandono que sufre por dentro, las cajas de cartón manchadas de humedad seca que se reparten por el suelo, el papel pintado desgarrado de sus paredes, las escaleras repletas de polvo que se perciben en el fondo y que supongo que llevarán a una segunda planta que sufrirá el mismo deterioro.

Y siento pena y nostalgia al recordar, porque lo recuerdo, sus momentos de esplendor hace años, sus escaparates llenos de bolsos, maletas, carteras y complementos de viaje de última tendencia y moda, sus estanterías repletas de artículos brillantes, limpios y ordenados en tamaños y colores.

Aún creo recordar, espero no inventarme nada, el olor a piel al pasar por su puerta, el olor a cuero tratado y trabajado, trasmitiendo calidad, elegancia, prestigio de una marca que lo fue todo y que ahora ya no es nada.

Y es uno de tantos locales y escaparates que han muerto y acabado con la crisis, que en pleno centro y en plena Plaza Mayor sigue vacio y solo, es uno más de los que te encuentras en cualquier paseo tranquilo por el bullicio de la ciudad, es un resto, es otra víctima, es otro saco de recuerdos que sin culpa ni razón, espera a tiempos mejores, que llegarán y resucitarán las ilusiones de un nuevo negocio, de un nuevo proyecto de una nueva empresa.

Y anochece, con sus luces apagadas.