De humanos y animales

Ya tenía la luz apagada cuando estaba dando un último vistazo a las redes sociales. Me topé con la embestida a José Mari Manzanares hijo. Y seguidamente con una cantidad increíble de comentarios deseándole la muerte y alegrándose de lo que, por fortuna, acabó siendo una leve lesión cervical. Me quedé atónito.

No sé si por la oscuridad, si por la coincidencia con lo de Tordesillas o simplemente porque uno está un poco hasta los huevos de gilipolleces, escribí para provocar al personal una frase que he prometido explicar. La sentencia era esta: "La vida de una persona vale más que las de todos los toros del mundo". Lo mantengo. Voy a tratar de argumentarlo sin ser muy tostón, y pidiendo a la intelijencia, como Juan Ramón, que me dé el nombre exacto de las cosas.

Puede parecer paradójico pero el hombre, cuanto más humano, más cerca está de la perfección. Yo, como creyente, prefiero decir que está más cerca de Dios. Hasta aquí espero que nadie se haya perdido. Bien. Continúo. Esa perfección humana lleva consigo la responsabilidad de saber situarse en el planeta. O sea, que un hombre, cuanto más humano, se parece más a Dios y, por lo tanto, cuidará de todos los seres vivos porque sabe que lo que le haga al más pequeño de ellos repercutirá en su propia vida. Más que nada porque comparten el mismo entorno, lo que viene siendo la Tierra. El medio ambiente. O el ambiente entero.

Alguno se preguntará qué truño de argumentación y planteamiento me he marcado en el párrafo anterior y, sobre todo, qué tiene que ver el rollo este de la perfección y de Dios y del planeta con las personas y los toros. Haré otro intento para explicarme mejor. Sin pretender escribir un tratado de antropología, pero dejando lo más claro que pueda mi punto de vista.

Tengo para mí que las sociedades que nos autodeno

minamos desarrolladas. Lo que se conoce como mundo occidental. Los ricos del norte, para entendernos. Hemos perdido el ídem. No sé por qué motivo, causa o razón, nuestra capacidad de empatía con los congéneres, con los prójimos, con el resto de los humanos del planeta que compartimos, se ha diluido. Es como si el dolor ajeno no fuese conmigo. Y no sé por qué motivo, causa o razón, cerramos los ojos al sufrimiento de otras personas haciéndonos cada vez más inhumanos. Y aquí entra la segunda parte. Lo que pervierte nuestro mundo dislocado y descoloca los valores revolviendo conceptos y confundiendo significados. Como para curarnos de esa inhumanidad que nos han inyectado, de esa falta de solidaridad con el que tenemos al lado, hemos desarrollado una hipersensibilidad con los animales y las plantas. Que estaría fenomenal, pero si no llegásemos por el camino equivocado.

En resumiendo, que es un gerundio tentende al infinito. El fin "cuidar y respetar a los animales y las plantas" es el que todos deseamos. El medio como llegamos a él, es con lo que no estoy de acuerdo.

Yo quiero llegar a esa sensibilidad con los seres que sienten porque soy sensible con el hermano. Porque tiendo a la perfección de Dios que me hace más humano. Porque la persona es tal cuando conoce su lugar en el mundo y gestiona con inteligencia la vida que hay en él, su vida.

Dicho lo cual sólo me queda reafirmar lo que una noche oscura escribí en la red social: "La vida de una persona vale más que la de todos los toros del mundo".