Cambios constitucionales

Empeñados en la superación del tiempo de la transición, todos los presidentes de gobierno, que hasta el momento han sido, han hablado de la segunda transición con la que intentar entrar en la historia como los que cambiaron el rumbo de la Nación, como entró Adolfo Suárez. Pero, quizás, es ahora cuando, en lugar de buscar esa nueva etapa de reconstrucción nacional y búsqueda de un destino común, se empieza a hablar de cambiar la Constitución. Curiosamente, es en este momento, en el que el consenso no se observa posible, en el que la libertad está más en cuestión, en el que la igualdad se discute con el resurgimiento de nacionalismos racistas, pero en el que no se identifica, por parte de ninguno de los proponentes, un destino o futuro común y determinado.

Estamos en un momento en el que, a diferencia de en 1977, no se expone cuál es el futuro que se propone para España, sino que se buscan las dos, las tres o las mil Españas en las que lo único que se afirma es un planteamiento ideológico concreto, o incluso inconcreto, en una intención de cambio en el que no se expresa, como gusta de decirse ahora, la hoja de ruta.

El Estado de las Autonomías hace aguas al haberse convertido en un gasto insoportable, al no haber sido capaces de crear una estructura administrativa nueva que superase las bases del Estado unitario anterior, sino que, sobre el mismos, se han multiplicado las administraciones que gestionan un mismo asunto. Hace aguas al haberse convertido en un nido de corrupción, de oligarquías localistas sin otro sentido que la perpetuación de un poder concreto, de presión a un ciudadano que no observa como más cercana la administración.

El planteamiento federalista únicamente ahonda en el problema que se observa ya en el autonómico, que se diferencia en muy poco, y que se plantea ante una intención secesionista de unos pocos que buscan sólo lo propio al afirmar que el planteamiento autodeterminador "no es discutible", por lo que no alivia en absoluto la presión de quien no desea un futuro común.

Cada vez que España ha construido un proceso constituyente sobre la basa de una única ideología, sobre un proceso revolucionario, o asimilable a este, hemos caído en la sima, hemos sido incapaces de mantener la libertad y la democracia, por lo que cualquier pretensión de cambio constitucional que no se construya sobre el consenso, la negociación, el diálogo, la renuncia a planteamientos maximalistas en pos de una construcción realizada por todos y superadora de las ideologías, nos veremos abocados, nuevamente, al suicidio.

Un pueblo que no conoce su pasado está condenado a la repetición cruel y dañina del mismo y, quizás, ha llegado el momento de retomar el planteamiento preconstitucional de descentralización administrativa en un Estado unitario en el que se puedan reconocer las peculiaridades lingüísticas de las regiones que las disfrutan, en una negociación de cesión entre todos. Pero, este u otro planteamiento, sólo puede ser construido en el diálogo, la tranquilidad, el sosiego, el consenso entre todas las fuerzas políticas que defiendan la democracia, la libertad y un futuro común en una Europa fuerte.