Antilogías políticas

No sé si los políticos de ahora, nuestros políticos, en su periodo de formación, si es que lo tienen, han recibido lecciones de algún sofista. Algún sofista que les haya adiestrado en el arte de la antilogía, pues es de admirar con qué facilidad defienden una postura y a los pocos días la contraria, sin ruborizarse lo más mínimo. Se les ve firmes, convencidos, seguros,? tanto cuando defienden una postura, como cuando defienden la contraria. Lo que al oyente, cuando menos, le hace dudar de si realmente es verdad lo que están diciendo. Lo que parece claro, es que nunca podrá saber cuándo dicen la verdad, si es que la dicen alguna vez. Bien pudiera ser, que la oculten, porque piensen que cuanto menos sepa el pueblo, mejor.

En esto de decir una cosa y la contraria, es de ver como se esmeran a la hora de criticar las propuestas de los otros. Cualquier cosa que venga del otro, por definición es mala, por lo tanto hay que rechazarla. No es preciso estudiarla, viene del otro, pues es mala y se acabó. Y además es mala en su totalidad, aunque esa misma propuesta, en algún tiempo la hicieran ellos. Cuando ellos la hicieron era buena, pero ahora, al presentarla el otro, es mala.

El problema no es sólo que la rechacen de forma sistemática, sino que ese rechazo va acompañado de descalificaciones, acusaciones, insultos? que los ciudadanos, según su inclinación, se creerán lo que dicen unos o lo que dicen otros. La suma de ambos abarca la totalidad de los partidos políticos y a sus miembros, por lo que no se libra ninguno.

Luego, los políticos, nuestros políticos, se quejan de la mala prensa que tienen, de las malas notas que el pueblo les otorga. Hablan de la necesidad de lavar esa imagen y dar otra más amable, más cercana, que infunda más confianza. ¡Pero si son ellos mismos quienes se descalifican, quienes se insultan, quienes se acusan de chorizos, sinvergüenzas y no sé cuántas lindezas más! El pueblo llano, lo que hace es recoger todos esos insultos, que nos dan hechos, acomodarlos a nuestro modo de pensar y sentir político, ponerlos en pancartas y salir a la calle haciendo de altavoces de lo que ellos, han dicho de ellos mismos.

No digo, ni mucho menos, que nuestros políticos, tengan que llevarse muy bien, que todo sea palmaditas en la espalda, que se quieran y se besen cuando alguno termina su discurso.

Creo que deben hacer una crítica fuerte y argumentada, pensando en el bien de las personas a las que va dirigida esa ley, esa norma, ese proyecto, esos presupuestos? no oponerse por oponerse, para desprestigiar al partido que haga la propuesta y al político que la defienda. ¿No es de extrañar que en lo que propone el otro nunca haya nada bueno? Y ¿Qué todo lo que proponemos nosotros siempre es bueno?

Si los políticos, nuestros políticos, se respetaran entre ellos, si mostraran algunos rasgos de buena educación, que no está reñida con la firmeza y el rigor, tal vez, los ciudadanos tomaríamos nota y les respetaríamos más y dejarían de ser objetos de mofa en las conversaciones de bar, en los periódicos y en los programas televisivos y radiofónicos.

Lo que quiero decir, es que estaría bien, que la maltrecha y denostada política se restableciera y recuperara el espíritu de servicio y la dignidad que en algún tiempo tuvo.

Otra cosa son los muchos ladrones, sinvergüenzas, chorizos? y demás ralea que prolifera en la llamada clase política, y en todos los organismos en los que se maneja dinero, poder e influencia. Pero eso, como digo, es harina de otro costal, de muchos costales.