En los momentos inmediatamente posteriores al descubrimiento de dos mujeres asesinadas y enterradas en cal viva, la imagen de una sociedad gravemente enferma que pareciera encontrarse cómoda en su agonía, se muestra en toda su crudeza y dificulta seguir escribiendo. Una sociedad, no específicamente española, aunque ésta mucho, que sigue respirando un viento milenario de machismo del que es incapaz de librarse y que, como colectividad, dista mucho de querer hacerlo.
Cada vez que el horror se enseñorea en el asesinato de una mujer, eso que con dulzona automagnanimidad llamamos violencia de género, es preciso hacer un gran esfuerzo para no gritar que son nuestro desinterés y nuestra vagancia mental las principales causas de que sigamos siendo criminales: por acción, por omisión o por una vagancia homicida de la que nadie nos pide cuentas y de la que tendemos a perdonarnos con demasiada facilidad.
Los minutos de silencio por la última mujer asesinada, los lazos, los decretos y la verborrea política que parecen rechazar el crimen, son barridos, inutilizados y superados siempre por atavismos de los que ni siquiera somos conscientes y que, cuando advertimos, dejamos pasar como si el tiempo no los agravase.
La publicidad, el mercado laboral, los usos sociales, las religiones, la tradición o el lenguaje son sólo algunos de los elementos completamente infectados de un machismo antiguo que alimenta y abona en las mentes más débiles y estúpidas, que son la mayoría, las semillas de la dominación de la mujer, la conciencia de su posesión, el adueñamiento de su persona, el desprecio por su voz o su implícito papel secundario en rituales, costumbres y celebraciones, que seguimos usando y consintiendo indemnes a la culpa.
El principal culpable del asesinato es el asesino, sí, pero no el único. Nuestra tolerancia con sus exabruptos machistas, nuestra complicidad con el machismo en la calle y en las casas, en el trabajo y los desfiles, en la prensa y en las fotos, en los templos y en los despachos; la dejación educativa que soportamos y apoyamos, el desinterés social por la maduración responsable, la rentabilidad del sexismo, la forja machista de los niños y de las niñas a base de ritos, costumbres, marcas y órdenes, la mirada a otro lado... No es fácil seguir escribiendo con este horror reciente golpeando la conciencia. Tal vez mañana, cuando empecemos a darnos cuenta...
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