Carta a una sombra

Hace nueve años me deslumbró un libro de un narrador colombiano en el que desentrañaba el asesinato de un hombre desde la perspectiva de su hijo, el autor. Su circunstancia, el dolor invasor que ciega la capacidad de razonar no solo por la pérdida sino por lo abrupto, por la evidencia de topar con la maldad ensañada en una persona radicalmente buena. En El olvido que seremos, que es el título de esa narración, décadas más tarde Héctor Abad Faciolince vuelca su amargura, el recuerdo de una jornada única que fue el 25 de agosto de 1987, como un exorcismo para aliviar la pena tanto tiempo después haciendo que sus "memorias más hondas despertaran" y para clamar por un hombre justo, uno más entre los cientos de miles asesinados en Colombia el último medio siglo que, como tantos otros, merece el recuerdo.

Hoy, su hija, Daniela Abad, acaba de dirigir un documental en el que trenza el necesario bucle entre su padre y su abuelo. Tiene el título de esta columna. Apenas dos meses antes, María José Pizarro, hija del comandante de la guerrilla M-19, Carlos Pizarro, también asesinado el 26 de abril de 1990 en plena campaña electoral en la que era candidato presidencial tras el abandono de las armas, se emocionaba ante la pantalla. El documental Pizarro de Simón Hernández era el relato, primero, de un padre ausente, para evidenciar después cómo la violencia y la muerte lo invade todo. Una denuncia contra la indiferencia y una reivindicación de la compasión.

Con mucha frecuencia nos movemos por actos de amor. Es la posibilidad de canalizar nuestras emociones y entre ellas los afectos lo que no hace humanos. Ante la barbarie y la maldad, la reivindicación de la memoria del otro, es decir de aquello que vivió el ser querido y que tanto le marcó, como un acto propio de uno en ejercicio máximo de empatía da sentido profundo a la vida. Por eso Daniela y María José proyectan una significación doble: la de quienes interiorizan el drama objetivo, impersonal, de un país, y la de quienes saben que a unos seres queridos les quitaron la vida. El padre de Daniela vio sus días marcados por la tragedia y el exilio en Italia y Daniela siente con él. Todos hoy son conscientes de que llevan haciendo muchas cosas que los asesinados "no van a ver".