Usos y significados de la imagen

Tan sugerente título acogió la convocatoria de uno de los cursos extraordinarios más novedosos, atractivos y rompedores que ha ofrecido en mucho tiempo la Universidad de Salamanca. A lo largo de diez convocatorias, entre 1998 y 2008, Dª Emilia Montaner López, profesora titular de la Facultad de Historia del Arte de Salamanca, invitó a algunas de las personalidades más relevantes del mundo de la imagen y de la iconografía contemporánea a que compartieran sus ideas y creaciones con los jóvenes estudiantes. En estos años, el salón de actos de la Facultad de Geografía e Historia se convirtió en marco de reflexión y debate sobre el valor y el poder de la imagen en el momento actual. El estudio de la imagen desde sus distintas perspectivas fue el hilo conductor de unos cursos que pretendían acercar la realidad de los nuevos lenguajes visuales al mundo universitario.

Y así, directores creativos de publicidad, diseñadores, sociólogos, creadores de moda, perfumistas, figurinistas, escenógrafos, galeristas, expertos en subastas, restauradores, teóricos y críticos del Arte, entre otros, aceptaron el reto de hablar en el ámbito universitario y presentar la génesis de sus ideas. Completaron la nómina de invitados fotógrafos como Ouka Lele, Olga Carretero, Encarna Mozas, Tomàs Abellá y artistas plásticos de la talla de Daniel Canogar, Alberto Bali, Marina Núñez, Fernando Segovia, Andrés Alén o Antonio López. Mucho antes de que por primera vez en su historia, el pasado 14 de noviembre, el diario francés Libèration se publicara sin una sola fotografía para reivindicar el poder y el valor de las imágenes, la facultad de Historia del Arte de Salamanca ya reflexionaba sobre el papel esencial del lenguaje de las imágenes.

Sirvan estas líneas de modesto y sincero homenaje a la labor llevada a cabo por la profesora Emilia Montaner. Sin alharacas, sin ningún tipo de reconocimiento y apoyo por parte de las instituciones universitarias, sin apenas financiación pero con un gran entusiasmo a prueba de contrariedades y percances, peleó por llevar la frescura al mundo de las trasnochadas aulas universitarias salmantinas.

Intentó renovar el aire de unos programas de estudios obsoletos asentados en el conocimiento axiomático de la Historia del Arte pero ajenos a las nuevas concepciones y a los nuevos usos de la imagen. Los estudiantes matriculados en sus cursos recordarán, sin duda alguna, el deleite espiritual que proporcionaron sus propuestas. Curiosamente, la mayoría de los participantes provenían de la Facultad de Bellas Artes, quizá más sensibles a los nuevos lenguajes y dotados de un espíritu más libre y sin prejuicios. A los alumnos de Historia del Arte les costaba mucho más adentrarse en una convocatoria alejada de los típicos estudios sobre Románico, catedrales de Castilla y León, artistas del Renacimiento y Barroco, etc. que promovían la mayoría de los profesores de la facultad.

Junto a mis compañeros Roberto García Sanz y Ana Laura Iglesias Fernández tuve la inmensa suerte de participar en la coordinación de estos cursos que nos proporcionaron el conocimiento de otros mundos que están en éste y el acercamiento a las miradas íntimas y los ámbitos privados de grandes creadores. ¿Cómo olvidar la limpia mirada de Ouka Lele, o la gran humanidad de Paloma Navares? ¿Cómo no evocar el lenguaje del perfume con el que Ramón Monegal despertó nuestros sentidos? ¿Cómo no recordar las incendiarias palabras del genial Antonio López contra los profesores de Historia del Arte anclados en arcaicas y anticuadas ideas sobre el mundo del Arte? Son muchos los instantes de eternidad vividos en cada una de estas convocatorias. Instantes que me han hecho crecer como persona enriqueciendo mi visión del mundo del Arte. Imposible no rememorar la charla de la galerista Helga de Alvear sobre el significado del Arte, la magia especial de los nuevos soportes artísticos y el sentimiento emocionado del que contempla una verdadera obra de Arte.

Emilia Montaner, posibilitando estos estudios sobre el papel de la imagen, parece seguir las palabras pronunciadas por D. Miguel de Unamuno en la solemne apertura del curso académico de 1901, pretendiendo que sus estudiantes "fueran a todas partes con los ojos y los oídos bien abiertos y en la mano el corazón".