Made in USA (I)

Un viaje a Estados Unidos, surgido de manera imprevista, me ha obligado a incumplir mi compromiso semanal con esta columna. Para subsanar este fallo intentaré compartir con vosotros mis primeras impresiones. Como he visitado las ciudades de New York y Philadelphia procuraré dividir estos comentarios en dos etapas.

Para quien nunca ha visitado New York, el cine se ha encargado de amortiguar esa primera impresión de admiración hacia lo grandioso. A pesar de ello sigue siendo una ciudad que impacta porque se sale de los parámetros que se manejan por Europa. Hablar de New York es hablar de varias ciudades a la vez: Manhattan, Staten Island, Long Island, Brooklyn, China Town, Bronx, Soho, y un largo etcétera que, al otro lado del Hudson, sobrepasa con creces los 15 millones de habitantes. Cuando en Europa es relativamente reciente la construcción del túnel sobre el Canal de la Mancha, New York lleva muchos años descongestionando sus puentes por medio de dos túneles que comunican la Gran Manzana con New Jersey.

Al tratar de resaltar algo que llame la atención, yo me decantaría por la extraordinaria mezcolanza de razas que se ven por la calle, no sólo como turistas, que también, sino como población arraigada en la sociedad neoyorkina. El fenómeno de "los chinos" que comienza a invadir la vida comercial de nuestras ciudades, en New York se manifiesta por barrios enteros. Me gustaría remarcar también la facilidad de comunicación que encontrarán los hispanoparlantes que no dominen el inglés. Hay que abandonar cualquier preocupación de no hacerse entender porque en New York una inmensa mayoría de las personas con quienes debamos relacionarnos ?hoteles, tiendas, bares, etc.- hablan en castellano cuando comprueban nuestra procedencia. Otro detalle digno de destacar es la naturalidad con la que visten y calzan las personas que habitan la ciudad, en aras a una mayor comodidad. Por aquí, más de uno, y sobre todo más de una, sentiríamos vergüenza antes de exhibir esas prendas o ese calzado; ellos no, porque van cómodos. También es de justicia resaltar la amabilidad del neoyorkino con el turista. En más de una ocasión, parado en un cruce de calles intentando orientarme, se me ha acercado algún viandante para sacarme de dudas.

Para gente con inquietudes culturales la oferta museística es espectacular. Para visitas cortas hay tres museos imprescindibles: el Moma, el Metropolitan y el Guggenheim. Después de los atentados del 11-S, ahora que se adivina lo que en un futuro próximo será World Trade Center, merece la pena visitarlo y pararse un momento en el Museo del 11-S. Dos impresionantes fuentes ocupan el espacio de la dos Torres Gemelas. Ese lugar ya es sagrado para los americanos. Acaba de inaugurarse la primera torre del complejo, que ya es el edificio más alto de New York, al que han bautizado como Torre de la Libertad. Ese nombre ya da una idea del sentimiento norteamericano.

Después de contemplar en directo las imágenes del atentado, cuando se visita la zona, uno se pregunta dónde están los restos de lo que allí hubo. Sigue primando la política de no cargar la suerte en las escenas desagradables. Creo que no he llegado a ver ninguna imagen en la que aparezcan cuerpos de las víctimas. Lo que siempre ha estado en un primerísimo plano han sido las numerosas escenas de solidaridad; la presencia milagrosa de la Iglesia de San Pablo, a escasos metros de las Torres gemelas, que apenas sufrió daños y que se convirtió en el primer hospital de campaña; el continuo desvelo por las víctimas, algo que sigue latente en el ambiente. Después de sufrir en sus carnes la pérdida de 3000 vidas humanas, sigue pesando mucho más el recuerdo y cariño por los seres queridos que cualquier sentimiento de venganza. Por encima de todo está el orgullo de sentirse súbdito de una gran nación, que nunca ha regateado las vidas de sus héroes cuando se ha solicitado su ayuda. Cuando aquí no acaban de entenderse las diferentes asociaciones de víctimas, también en este aspecto nos dan una lección de unidad. Nunca se le ha pasado por la imaginación al pueblo norteamericano cargar en el debe de los estados socorridos la responsabilidad de las bajas propias.

De la ayuda americana se sabe mucho en Europa. El final de la Segunda Guerra Mundial habría sido muy distinto sin la intervención norteamericana, y conviene no olvidar que este conflicto no se inició en América. Hoy mismo, estamos asistiendo a la ocupación y destrucción de Siria, por parte de los terroristas del llamado Estado Islámico, y Occidente mira para otro lado. Como si el peligro no lo tuviéramos al lado de casa, se está a la espera de que Estados Unidos tome cartas en el asunto para que, a continuación, los llamados progresistas se lo critiquen.

Por último, estos comentarios no estarían completos si no declarara una vez más la envidia que siento cada vez que contemplo la multitud de lugares y ocasiones que aprovechan los norteamericanos para exhibir y honrar su bandera. Una nación con una democracia nada sospechosa, poblada por habitantes de etnias muy dispares que para nada se avergüenzan de colgar su enseña en el balcón y llevarse la mano al pecho cada vez que suena su himno, se merece el respeto de los demás.