Loada sea

ESCENARIO: Monte bajo asilvestrado con algunos olivos, matas de lentisco y jaras. Cercano se ve el mar apacible de color vinoso, con unas pequeñas islas en el horizonte. El sol cálido y deslumbrante domina desde lo alto.

Suena por el lado derecho la llamada a la oración procedente de unos lejanos minaretes, cada vez más apagada. Por el otro se oye una bella salmodia ortodoxa que continua quedamente durante toda la escena.

Entra con nerviosismo por la parte de tierra un grupo de mujeres y hombres con túnicas blanquecinas, aunque desgastadas y deshilachadas.

CORO: No hace mucho que pasó alborotado, sin camino cierto. Llevaba en la grupa a una muchacha de rubia cabellera y ojos fulgurantes y arrasaba todo cuanto encontraba a su paso.

(Les sigue al poco un hombre anciano con barba cana que, ensimismado, va recitando ante el asombro de los demás, que le van haciendo corro).

ANCIANO: ¡Golondrinas y cigarras! ¿Cuándo terminará el estío? ¿Cuándo dejará de devastar el sol estas viejas laderas? ¿Nos visitará la lluvia alguna vez para abrevar esta tierra enjuta? ¿Y cuándo volverán a atracar en estas nuestras calas los cóncavos trirremes que en su día partieron con rumbo indefinido, contra su voluntad, sólo para buscar sustento?

CORO: ¡Anciano! ¡Anciano! ¿No acabas de ver al blanco toro que corriendo por estos cerros iba conducido por una mujer resplandeciente? Iba derramando monedas, lingotes dorados, cuernos de la abundancia? Deja de preocuparte. Ya nadie necesita irse. Ni nubes necesitamos. Con lo que por estos montes han dejado tenemos para varias generaciones.

ANCIANO: Desde que murieron los dioses, no se había vuelto a oír de toros blancos. Y menos de jóvenes vírgenes montadas en sus lomos que vertieran sus encantos por estas duras costas. Cuidado con los espejismos. Alerta con los desalmados que tienden sus trampas, que nos cobrarán cara nuestra indigencia.

CORO: ¿No ves que no son ilusiones? ¡Mira! ¡Son piezas de metal verdadero! Por fin podremos comprarles a esos extraños bárbaros esas prendas tan lujosas y caras que hace años nos vienen mostrando. Vamos a comprarles todo, aunque les tengamos que seguir debiendo.

ANCIANO: Nunca se nos concedió riqueza de continuo. Aunque nuestra lengua atravesó valles y fronteras, se asentó en otros mares como si fuera indígena. Nuestras eternas historias también arraigaron en suelos distantes y las elucubraciones de nuestros viejos sabios siguen dando que hablar por el orbe entero. Las olas, reunidas en comandita, extendieron, generosas, la voz de nuestros corderos.

CORO: ¡Déjate de viejas monsergas! Vamos a vestirnos de púrpura y de alegrías nunca vistas, que la vida es breve y agitada. Disfrutemos de la prodigalidad que la providencia nos procura.

(Sale el coro en veloz desorden, por donde ha venido).

ANCIANO: La humillación no tardará y el orgullo de esta gente quedará en ruinas. Las estrellas serán lágrimas candentes que rasgarán el cielo, y por mucho que se agiten las masas enfervorizadas y convencidas no habrá luz que acompañe el día. Serán víctimas de un macabro sacrificio de una mano autora de un horrendo crimen, la que sabe cuál es en verdad el mundo superior, el ahora y el siempre del mundo?