Tomar la solana, una tradicion casi perdida en Ledesma

Recordamos cuando en Ledesma se tomaba la solana, ya al atardecer, casi de noche. No había una calle, calleja o callejón, por muy pequeña que fuera o por muy apartada que estuviera, en la que no se viera los vecinos sentados en los poyos de piedra, o cada uno con su silla,contando sus quehaceres durante el día y más de una historieta salía a la palestra, por no decir los cuchicheos y chismes que allí buenamente se relataban uno a otros, sobre la hija de fulano o el hijo de mengano, que si se han hecho novios, y otras llevando la contraria, diciendo que ese chico no le conviene a esa chica, que si patatín, que si patatan.

Así iban pasando el tiempo. Mientras tanto, los niños correteaban con sus griteríos, jugando al escondite y demás juegos que por aquel entonces había en Ledesma. Las mujeres, antes de ponerse el sol, aprovechaban para poner algún remiendo a los pantalones de sus maridos, zurcir los calcetines y demás prendas, pues no se tiraba nada, un trozo de tela era guardada, porque siempre había que sacarlo para un remiendo de los que antes he hablado, al igual que los botones, que si bien una camisa tenía 8 botones cada uno era de su madre, pero bien contentos que íbamos todos de esa guisa, al mas puro estilo de ese gran acctor como era Mario Moreno Cantinflas. Al mismo tiempo que otras pelaban las patatas u otras tareas que se podían hacer a la solana.

Una buena costumbre que por desgracia ha caído en el olvido, y que no sería malo retomar esas buenas costumbres, haciendo vecindad, e ir a la cama recordando las historias tan agradables que allí sentados se habían contado. En la fotografía que nos acompaña hoy podemos ver partes de la familia de Los Fuselas y vecinos de la Calle Lastra, detrás de la Iglesia de Santa María la Mayor. Una reflexión que no hay que meditarla. La solona, al igual que la siesta, es un bien, y muy patriótica de esta querida España a la que pertenecemos.Gracias amigos, y tomar la solana de vez en cuando. Un abrazo Ledesma.

Fotos y texto: Monette González