Iglesia de San Martín

El roce hace el cariño. Eso me pasa a mí con la iglesia de San Martín, que le voy cogiendo cariño, lo cual es una pequeña muestra de lo carroza que me estoy volviendo, porque no me dejo guiar por las apariencias e intento ir al corazón, al corazón de la piedra en este caso. Las apariencias de este templo dedicado a San Martín de Tours, el más céntrico de la ciudad, dejan mucho que desear: la piedra está sucia, una parte de su interior está prohibida al público porque años ha se cayeron quince piezas de piedra de la bóveda más cercana a la puerta del Corrillo; la piedra está sucia, los recubrimientos de las bóvedas descascarillados y salitrosos, los falsos techos desconchados, la iluminación estuvo bien cuando se puso, antes de la era del led; la portada principal cerrada a cal y canto, los retablos necesitados de una cruzada contra la carcoma, las policromías de la piedra con urgencia de volver a ser dadas a luz.

Acabo de decir que San Martín es el templo más céntrico, pero es más verdad que la parroquia de San Martín es la que, seis siglos después de ser construida, año arriba o abajo, parió el centro de la ciudad, pues no en vano la Plaza Mayor, nuestro orgullo arquitectónico, se construyó en los terrenos de la cortina de la parroquia. La madre de la Plaza Mayor es la parroquia de San Martín y, como buena madre de hija tan ilustre, se empobreció para que la hija se enriqueciera y fuera la más guapa y barrocamente equilibrada del mundo, por encima de la ostentación de poder de la de Madrid o del lujo de la de Bruselas, que parece diseñada para darle en los morros al mismísimo Duque de Alba.

Dicen que la iglesia fue dedicada a San Martín de Tours ?un obispo francés que hablaba latín y había nacido en Hungría y que había sido soldado de élite antes que fraile y había recorrido medio mundo sin necesidad de ser ciudadano de la Unión Europea- porque el jefe de los toreses, a la sazón repobladores de la Salamanca recién reconquistada a los musulmanes ?Al-Ándalus somos, tengamos cuidado-, se llamaba Martín y se apellidaba González y con nombre y apellido tan corrientes consiguió unir las voluntades y los bolsillos de sus paisanos para construir el templo.

Pero mucho han cambiado los tiempos. Ahora los tributos no los recoge la parroquia, sino la Junta de Castilla y León, que es quien representa al estado, al reino de España, en estas tierras charras. Y la construcción y mantenimiento de la iglesia ya no la dirige el administrador de Martín González planteando a los vecinos las colectas necesarias en Concejo abierto, sino los consejeros de Economía y Hacienda y, sobre todo, el de Fomento, que es quien manda en los Bienes de Interés Cultural, alias BIC. El Consejero de Fomento de las últimas legislaturas no debe ser de los toreses, porque no solo no hace caso a la pobre iglesia sino que machaca a los feligreses prometiéndoles por dos veces que les va a ayudar a adecentar la iglesia y denegándoselo otras tantas. Debe ser que no hay dinero por la crisis. Pero entonces, que no prometa, ni apruebe, ni publique en el Boletín esas inversiones. ¿Ganas de fastidiar? ¿Falta de sentido común? ¿Habrá más suerte con el próximo consejero? ¿O continuará el mismo? Continuará?