Cambiar los Partidos para cambiar Salamanca

Las últimas elecciones municipales han supuesto una llamada de atención a los políticos y a los partidos, tantas veces ajenos al sentir de los ciudadanos.

El alejamiento de la ciudadanía de las instituciones políticas y de sus representantes no es un fenómeno nuevo, si bien a partir de las manifestaciones ciudadanas del 15M cobró una visibilidad pública notoria.

La lejanía de las instituciones y la ciudadanía se manifiesta en una serie de factores que es urgente reformar, en primer lugar, una ley electoral que deja en manos de las cúpulas de los partidos políticos la elaboración de las listas electorales, en segundo lugar, el incumplimiento sistemático de los compromisos electorales adquiridos por nuestros representantes, en tercer lugar, la ausencia de limitación en los mandatos políticos que eternizan a muchos alcaldes, concejales, presidentes de diputación o sencillamente diputados en un cargo público, como si el sillón de representante del pueblo fuera de su propiedad.

A eso se une el control que ejercen los partidos sobre nuestros representantes electos que nunca discrepan de las órdenes del aparato del partido correspondiente, so pena de quedarse sin escaño en las siguientes elecciones.

Desde mi punto de vista, si queremos que los ciudadanos sientan suyas las instituciones y a sus representantes públicos es necesario cambiar el funcionamiento interno de los partidos políticos haciéndolos verdaderamente democráticos sobre la base de la limitación de mandatos internos y externos, elecciones primarias para todos los cargos, ampliación de competencias para las asambleas de los partidos, auténtica libertad de expresión y acción para los militantes de los partidos y sobre todo asunción de responsabilidades políticas por parte de cualquier dirigente.

No es comprensible que cuando se pierden sistemáticamente elecciones municipales, autonómicas o generales los responsables políticos de los partidos perdedores no dimitan asumiendo su parte de responsabilidad en el descalabro electoral.

No es comprensible que dirigentes políticos se mantengan durante 20 o más años dirigiendo un partido político adaptándose a los diferentes secretarios generales del partido y solo cuando han preparado a su sustituto-clon decidan o acepten dejar el eterno puesto de dirigente.

No es comprensible que continúen en muchos ayuntamientos alcaldes y concejales que no se han bajado nunca del coche oficial tras 20 o 40 años en el cargo.

Si queremos acabar con la corrupción política no basta cambiar las leyes, es preciso la limitación obligatoria de los mandatos de nuestros representantes para que no se crean eternos dueños de las instituciones.

Confío que la llamada de atención que han dado los ciudadanos a los partidos mayoritarios les fuerce a un importante cambio interno tanto de caras, como de organización y les acerque a las demandas de los ciudadanos, a fin de cuentas los dueños de la soberanía popular.