Ruptura matrimonial

Era domingo, aproximadamente las once de la mañana. Sólo recuerdo el golpe de una puerta al cerrarse con violencia. Así lo entendí porque, aquel día, el viento estaba en calma.

Después volvió el silencio; aparentemente se recuperó la normalidad. Pero días después, conocí que otra ruptura matrimonial incrementaba las estadísticas de separaciones que, en 2014, aumentaron el 6,9 % respecto a las registradas en el año anterior.

Casos como este ocurren a diario y, el dolor que provoca a los miembros de la familia, nos obliga a formular algunas preguntas: ¿Qué modelo de familia queremos? ¿Estamos preparados para formarla? Si no es así, ¿porque aceptamos tal responsabilidad? Los nuevos esposos tendrían que conocer a priori las responsabilidades que adquieren cuando deciden crear un hogar.

Al sufrimiento de los hijos, hay que sumar el de los esposos. Pues, a partir de la ruptura, nada será igual. Las desavenencias comienzan cuando los contendientes ponen sobre la mesa las causas que han llevado a la destrucción del hogar.

Los abogados escuchan a las partes y, en función de los hechos referidos, se establecen las estrategias de defensa. Se trata de ganar, por un lado, el patrimonio y, por el otro, la tutela de los hijos. Es tan importante lo que está en juego que, en ocasiones, se disfraza la verdad en favor de las ventajas que se pueden adquirir.

Es tal la tensión que soportan las partes en conflicto que, lo primero que escapa de la mesa de negociaciones, es el sentido común y la prudencia. La buena voluntad desaparece y el dolor se hace extensible a todos los miembros de la familia.

En cualquier caso, nadie sale ileso de un proceso de separación. Toda la familia pierde; incluso la sociedad se degrada, porque los hijos son privados del calor familiar que, no solo aporta estabilidad económica, también facilita educación para la vida; un conocimiento que no es posible adquirir en otra parte. El cariño y la cercanía de los padres son necesarios para el equilibrio emocional de los niños y de vital importancia en su desarrollo posterior.

Pasado el temporal de conflictos y sufrimiento, vuelve la tranquilidad. Pero se trata de una calma insustancial, vacía de contenido. Los actores ya no son los mismos. El nuevo escenario de realidades que cada una de las partes vivirá por separado será muy diferente. Puede que no estén preparados para afrontar el futuro que se les ofrece. Algunas separaciones terminan en tragedia.

Hay que salvar a los hijos no solo de la precariedad económica. También hay que garantizar el acceso a los padres, cuando no existan causas que aconsejen lo contrario. La cercanía y el apoyo de quienes le dieron la vida son fundamentales en su configuración como personas.

Es enorme el daño que se ocasiona a los pequeños cuando se utilizan para adquirir ventajas. No olvidemos que, es la propia naturaleza, quien establece los lazos de unión entre los miembros de la familia y, cualquier pretensión por en destruir esos lazos, hace que el daño se extienda a los demás.