Tiempo de romeros

La memoria del hombre es infiel a sí misma por naturaleza. Se desinhibe a menudo para, desnuda y descarnada, precipitar al individuo a repetir la historia, cargando tintas en las sombras más que en las luces (parece que no hay aprendizaje empírico posible para el hombre). Este 24 de mayo será, probablemente, uno de esos días de exaltación de la amnesia humana.

El hombre no recuerda (o no quiere recordar) la raíz que le ha afianzado a la tierra. Es por ello que cualquier vaivén le zarandea hasta arrancarlo de cuajo y desahijarlo de una tierra donde antes le conocía hasta la magarza y ahora, con una identidad desvaída, se diluye en el anonimato.

Tampoco guarda memoria diacrónica de las estaciones de un vía crucis de siglos sin cuento, empleado en la búsqueda de refugio para su espíritu atormentado, de tabla de salvación para el naufragio en sus pesquisas sobre el sentido de la vida.

Pero al hombre, al fin, se le ha dado potestad para ser el ejecutor de la memoria y de la tierra y de las cosas. Por ello, en esta consagración de la primavera, que es Pentecostés, retoña en él un atávico afán de retorno a la naturaleza.

Pentecostés convoca algunas de las más importantes romerías marianas de la provincia: Majadas Viejas en La Alberca (ayer, sábado), Valdejimena en Horcajo Medianero, El Cueto en Matilla de los Caños o la Misericordia en Cantalapiedra (hoy, domingo); el Cañedo (Ntra. Sra. de la Misericordia) en Topas y La Virgen de la Peña en Calvarrasa de Arriba (mañana, lunes); finalmente, La Salud en Tejares (en la octava de este domingo). Cada una de ellas dispuesta en una especie de locus amoenus para la exaltación del amor divino, de la devoción popular.

Dado que la tierra y sus frutos estuvieron acogidos durante milenios (desde el principio de las religiones, según parece) al amparo de deidades femeninas, no es de extrañar que el cristianismo católico encontrase acomodo matriarcal para los rituales naturalistas, en las múltiples representaciones iconográficas de la Madre de Dios en santuarios y ermitas.

Hace unos días, en una tarde hermosa con vocación de estío y aceptando la invitación de la Coordinadora Diocesana de Cofradías y Hermandades de Salamanca, disfruté de un rato ameno con algunos cofrades, ante los cuales defendí que la religiosidad popular (y las romerías lo son en estado puro) es patrimonio del pueblo, lo cual, aunque lo parezca, no es ninguna perogrullada.

La romería es, por consiguiente, patrimonio de los romeros, que la actualizan cada año, como el camino machadiano que se hace camino al andar. Este otro, el del romero, es camino de perfección y de preparación, que le lleva al encuentro con su hierofanía.

No soy amigo de púlpitos mediáticos ni de charlatanes engreídos y pedantes, pero he aceptado ocupar este rincón al que me ha convidado SALAMANCArtv AL DÍA, para proclamar con humildad (madre de la sabiduría y de la cultura) la grandeza de un patrimonio cultural transmitido de boca en boca, de generación en generación, para ser el eje central de nuestra identidad.

Juan Francisco Blanco

(Escritor y etnólogo)