¡Qué tiempos!, ¡qué costumbres!

Piensen en los programas del corazón, la bragueta y el comadreo que reinan en los índices de audiencia de la televisión y vean si se ajustan a estos contenidos: memorias de la contemporánea, del contemporáneo, del ayuda de cámara, del médico, del barbero, del portero, de la mujer, del padre, del hijo, del hermano, del sobrino y de los amigos y los enemigos del hombre que ha hecho, que ha sonado, que ha intrigado, que ha mandado algo; memorias de su cocinero, de su repostero, de su querida y de su viuda acerca de la manera que tienen los hombres grandes de ponerse la corbata, de salir a paseo, de dormir, de estar despiertos; memorias de los que le han visto a todas horas y de los que no le han visto a ninguna...

Aunque parece el guión de "Sálvame DeLuxe", esto no lo ha escrito ningún responsable de un canal basura de televisión. Es la forma en que Mariano José de Larra* lamentaba hace casi dos siglos la proliferación de libracos y librejos dedicados al chismorreo, los escándalos y las habladurías.

Porque es condición humana. Desde que el hombre habita este planeta come, duerme, fornica, ríe y llora, ama y odia, crea y destruye, se corrompe y se ennoblece, escandaliza y se escandaliza. Lo que cambia con el paso del tiempo es el método y la medida. Y la forma de contarlo.

Antes de la universalización de la imprenta, las personas se comunicaban sus miserias de viva voz, luego las airearon también por escrito y hoy las jalean o condenan, las magnifican o disimulan, las tergiversan o pormenorizan en los informativos, los debates y los reality de las pantallas grandes y pequeñas; en la caja tonta, el móvil e internet. Eso sí, ante la sorpresa de los descubridores de Mediterráneos, que ?parafraseando el clásico O tempora, o mores! (¡Qué tiempos!, ¡qué costumbres!)? creen que la Historia comenzó el día que accedieron a su primer televisor en color.

(* Art. "Memorias originales del Príncipe de la Paz". Diario El Español, 24/XI/1836)