Bodas en la Catedral

Un poco de revuelo ha provocado en las redes sociales y en los mentideros tradicionales la nota del Cabildo de la Catedral de Salamanca sobre las bodas que allí se celebran. Vaya por delante que me parece bien ese esfuerzo por dignificar la liturgia del sacramento del Matrimonio. Si acaso y, si como párroco de la catedral que soy me hubieran consultado, por una vez y sin que sirva de precedente, cosa que no han hecho, yo no hubiera insistido tanto en lo de los coros rocieros, por aquello de que ?signos de los tiempos- también se globaliza la piedad popular.

Sé de muchos novios que han emprendido una auténtica guerra de guerrillas contra la horterada, pero me da que no están teniendo mucho éxito. Y algunos hay que son horteras activos, que eso no les quita el derecho a casarse por la Iglesia. Me centraré en algunas de las dificultades que encuentran los novios que quieren hacer las cosas con dignidad y buen gusto:

Los hay que cuando entran en la iglesia es como si entraran en el desierto, porque salvo sus familiares ancianos o impedidos, la mayoría se ha quedado en la calle, cámara o móvil en ristre para inmortalizar el momento estelar en que la novia, al salir del coche, se pisa la orla del vestido y se cae.

Otros agradecen a su prima querida el discursito laudatorio que les dedica al final e incluso lloran de emoción un poco mientras piensan para sus adentros: lee tan deprisa que no se le entiende nada y es muy maja, pero se enrolla más que el cura.

Para casarse hay que ser joven, porque es una prueba de resistencia; la ceremonia religiosa y sus flecos anteriores y posteriores duran demasiado y luego, claro, se empieza a comer o cenar demasiado tarde, pero un día es un día. Imaginemos que una boda está programada para la 1 de la tarde. La novia llega a la 1 y cuarto por culpa del tráfico; hasta la 1 y 25 no puede entrar en el templo porque hay que hacerse las fotos previas; el cura se enrolla bien, es muy familiar y hasta llega a emocionarles y les hace sonreír varias veces; se ve que no es la primera boda que oficia y a las 2 ha terminado.

Luego vienen las fotos con la familia, amigos y compañeros de trabajo de ambas partes, que puede prolongarse hasta las tres menos cuarto y, en casos excepcionales, hasta las 3 y cuarto. ¡Dos horas y cuarto para una boda! ¡Qué cura más pesado! Siempre es bueno tener un "enemigo exterior" al que echarle las culpas.

Y llega el momento de las felicitaciones a la puerta de la iglesia: este cura ha visto sobrinitos de los novios que lloran por el ruido de los petardos; delante de mi les han apedreado con garbanzos, alubias, macarrones del nº 6, como si los amigos quisieran decirles: "tomad, que por lo menos no os falten los garbanzos, que están los tiempos mu malos"; además de los novios, hay víctimas colaterales: pajaritos que vienen a comerse el arroz, pero inmediatamente lo escupen -¡qué pájaros más raros!-, me agacho y recojo unos cuantos granos: ¡arroz de plástico comprado en un chino! Todo se moderniza e industrializa, hasta el arroz. La última moda es pintarlo de colores -¿estará al menos coloreado con colorante alimentario?- lo digo por los pobres pájaros.

Está empezando la temporada de bodas. Veremos si este año se dignifican un poco más o se agranda el foso de la zafiedad y la horterada. Cualquier situación mala es susceptible de empeorar.

Foto: Cuatromúsicos