El rescate del tiempo

Una de las fantasías más recurrentes que nos asolan es la de imaginar cómo podrían ser las cosas cuando no estemos. Desde la evolución de nuestros seres queridos que apenas hoy se asoman a la adolescencia hasta la imagen que tendrá ese parque recién construido con árboles que ni siquiera sabemos si llegarán al verano. Desde el futuro de una sociedad acrisolada por el feroz individualismo del presente al devenir de una forma exitosa de convivencia política establecida hace poco más de dos siglo como es el estado nación. Un cúmulo de escenarios cotidianos cuyo potencial de ser algo distinto en apenas unas décadas es más que plausible y al que, sin embargo, nos aferramos con la determinación del náufrago asido a su salvavidas promisorio. La evidencia del pasado nos avisa de la futilidad del presente, pero nuestro miedo ante cualquier incertidumbre nos conduce a aceptar únicamente el juego si acaso de la quimera.

Los visionarios, por otra parte, gozan de mala prensa y suelen ser vituperados por agoreros cuando no por considerárseles jugadores de ventaja que quieren arrimar el agua a su molino. El propio conocimiento científico es manoseado llegando a formar parte de estrategias empresariales o de maniobras de poder, de manera que asuntos como el cambio climático, la investigación con células madre o lo relacionado con la inteligencia artificial configuran un elenco arcano que es substraído al debate público. El presente que define el aquí y el ahora se alza como el gran argumento existencial. Despreocupados de cualquier complejidad postrera pareciera que la ausencia de proyectos fuera la mejor estrategia de supervivencia. La convalidación de lo que el propio tiempo nos ha enseñado.

Una experiencia acumulada en un lapso de crisis y de dolor que sucumbe ante la retórica agorera de la desconfianza generalizada, del no se puede, de la culpa, de los planes imposibles para el mañana de una vida mejor. Hoy es urgente y de justicia rescatar a la gente que se ha quedado muy atrás una vez que se ha priorizado a las entidades financieras y a los países, pero me parece igual de apremiante el rescate del tiempo. Romper su atadura con el valor económico que lo define, recuperar su sentido de lugar de los sueños para fraguar la propia esencia de nuestra vida, asumir el goce de su paso sin apremio en un mundo más lúdico y amigable.

Fotografía: Hipólito Martín